Tres días de vino y rosas




Daba gloria ver esas filas de gente esperando sacar, por 2’90 euros, una entrada para la película que hubieran elegido. No, claro, por el sadismo de contemplar tanta espera, sino por el hecho que significaba: que el público quería ir a las salas, confirmando ese criterio general de que “el cine es caro” y que, de abaratarlo, iría mucha más gente a verlo. En esta línea, lo mejor del numeroso aparato periodístico que ha rodeado la Fiesta del Cine, lo ha escrito una taquillera de Barcelona en las Cartas al Director de “El País”, encantada de que durante tres días su trabajo tuviera sentido e incluso invitando al mismísimo Montoro (ese “amante del cine”, ese “devoto”, según confesión propia) a que compartiera con ella su labor e incluso luego viese todas las películas que quisiera…

No soy de los apocalípticos que aseguran que “ya nadie va al cine”, e incluso suelo citar el dato de que, los fines de semana, acude más gente a las salas que a los campos de fútbol. Pero, sin duda, que entre un lunes, un martes y un miércoles se haya registrado una afluencia de millón y medio de espectadores (un 663% más que en los mismos días de la semana anterior), supone toda una noticia sobre la que conviene reflexionar. ¿Significa un reencuentro glorioso con la gran pantalla o una cuestión de simple ahorro en tiempos de penuria económica? De hecho, el fin de semana previo y el siguiente al de la Fiesta han obtenido flojos resultados de taquilla, quizá porque el público esperaba a ver las películas en esos tres días más baratos o ya las habían visto en ellos, además de por la influencia del Barça-Madrid. También ha funcionado lo que cabría llamar “cultura del acontecimiento”, la concentración en pocas jornadas de lo que se demora a lo largo del año pero a lo que se presta atención con motivo de una ocasión excepcional, lo mismo que sucede en las ciudades donde se celebran Festivales de cine.

Por ello, no creo que deban sacarse conclusiones desorbitadas del gran éxito de la Fiesta del Cine, motivado también por la mayor facilidad a la hora de beneficiarse de la oferta, muy bien publicitada a través de las redes sociales: en lugar de tener que demostrar que se había ido al cine la semana anterior –como sucedía en las cuatro ediciones previas de la Fiesta–, bastaba con acreditarse en una página “web” para disfrutar del precio reducido. Pero la conclusión básica que sí ha de extraerse es que las entradas deben costar menos. ¿Saben cuál es el principal obstáculo para ello, además del 21% del IVA?: que las distribuidoras multinacionales aplican a los exhibidores unos alquileres abusivos por sus películas, hasta del 60% de su recaudación, muy por encima de la media europea. Eso nadie, o casi nadie, lo ha querido decir después de estos tres días de vino y rosas.

Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2013.

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