Sobre el libro "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais"


(Texto para la presentación del libro "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais", de Federico Volpini, con ilustraciones de Amanda León, que tuvo lugar en la FNAC, de Madrid, el 12 de diciembre de 2013). 

Empezaré como suelen hacerlo la mayoría de los críticos cinematográficos y literarios: hablando de una película o un libro que no son los que se presenta o de los que se escribe una reseña. Un viejo truco que luego referirse lo menos posible a la obra en cuestión. Pero ese no va ser mi caso, ya verán.

El libro al que inicialmente me voy a referir es el anterior de Federico Volpini, “La noche de los lobos”, donde aparecen piratas vikingos, un niño con una capa dorada, una atractiva chica, un fantasma auténtico, un brumoso castillo, un Rey agonizante, un Príncipe sucesor al que todos buscan… No, no se refiere a España, no crean, sino que refleja todo un intrincado y fantástico mundo en el que Volpini se mueve como pez en el agua. Un libro que si los productores de cine de este país leyeran, que no suele ser el caso, ya se estaría convirtiendo en una estupenda película de animación.

Pues bien, a otro mundo no menos intrincado y fantástico se refiere Federico Volpini en este “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”, título-homenaje a “Blade Runner”, película a la que pertenece la famosa frase y a la que –por lo que se deduce de las numerosas referencias en el texto– él guarda auténtica devoción. Un mundo intrincado y fantástico, digo, sobre el que el autor traza algunos principios básicos, como que “Historia” y “bien contada” suponen las dos premisas irrenunciables de eso que nadie sabe lo que es, pero que es cine” (página 81). O que, refiriéndose a los cortometrajes, los ensalce porque “no son aperitivos: son maneras. Se bastan a sí mismas. Son tan humor, tan literatura, tan cine como los más crecidos y con frecuencia penetran aún más hondo, iluminan con un destello fulgurante lo que desaparece si la luz persiste” (página 145). O que ya que sabemos que a este mundo se ha venido a sufrir, sobre todo si se es del Atlético de Madrid (este año, mucho menos), Fede sitúe como paradigma de tal sufrimiento a Charlton Heston porque “para sufrir no hay nadie como él” (página 104), según demuestra fehacientemente repasando su filmografía de personajes sufridores.

Pero, pasados estos principios básicos, el libro se introduce como en un túnel (ese túnel que recrea yendo y volviendo del Festival de Sitges) en eso que “nadie sabe lo que es, pero que es cine”. Y lo hace, en mi opinión, con tres características fundamentales:

** La ironía. Una ironía casi “british” y, desde luego, cosmopolita, como corresponde a un hombre tan viajado como Volpini. Una ironía a la que dar especial bienvenida al aplicarse a un mundo que, a menudo, se toma tan en serio como el cinematográfico. Veamos un ejemplo en el inicio de una de sus reseñas, dedicada a todo un “clásico” como “Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra”: “Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra esta película no podía haberse hecho. Primero porque no había hombres y después porque los dinosaurios carecían de los necesarios conocimientos técnicos, aunque lo que ha quedado de ellos parece indicar que destacaban por la puesta en escena. Lástima de ojos humanos para verlo” (página 120).

** La heterodoxia, muy unida a la ironía. Ejemplos, todos los que quieran. Como cuando Volpini se refiere a cierta película fuertemente apreciada por los “modernos” –que diría Carlos Boyero–, “Viaje a Darjeeling”, de Wes Anderson, y suelta: “Amenazaba el Nuevo Testamento: los simples heredarán la Tierra. Ya ha ocurrido. Pones en la pantalla a tres autistas, con una línea argumental inexistente, humor del que podría decirse cualquier cosa salvo que es complicado y situaciones que beben en el campo conceptual del perro que no sabe por qué te tiene afecto cuando salta a las llamas por ti. Y es el éxito” (página 28). O cuando asegura que Rebecca, la protagonista de “Zona libre”, de Amos Gitaï, “tal vez porque prevé los noventa minutos que la esperan, empieza la película llorando” (página 33). O cuando, refiriéndose a “El nuevo mundo”, del adorado por muchos Terrence Malick, no duda en resumir su trama: “Capitán que llega, encadenado, el Nuevo Mundo. El motivo de ello no se le explica al espectador. Al cabo de una hora, al espectador el motivo le tiene sin cuidado. De hecho, lo que empieza a preguntarse es por qué no le ahorcaron nada más desembarcar” (página 37).

** La recreación. Sobre “objetos” de eso que “nadie sabe lo que es, pero que es cine”. Muy unida a la ironía y la heterodoxia. Recreación porque los textos de Federico Volpini no son nunca reseñas, críticas o gacetillas. O sí lo son en el sentido de lo que debería ser la crítica cinematográfica: una recreación o subcreación sobre otra creación que es la película, que a su vez es una creación sobre la realidad. Perdonen, pero no es un juego de palabras, sino algo muy serio. Por ejemplo, cuando le apetece escribir sobre una película centrada en Jim Morrison, “When you’re Strange”, y empieza así: “Hay que matar al padre. Y acostarse con la madre. ‘De acuerdo, tú primero’. No apetece. Igual, porque eso trae consecuencias. Sale uno mal parado. Igual, porque a uno no le va ni una cosa ni otra. Matas al padre y como que no te sabe bien. Y está la policía. Te acuestas con tu madre y a ver con qué cara pides mañana el desayuno. Por no hablar de las chicas, que deberían acostarse con su padre y matar a su madre. La familia se resiente. En los años sesenta, del padre y de la madre, lo que quería todo el mundo era no estar allí” (página 91).

Y luego quedan una especie de greguerías, casi a la manera de Ramón Gómez de la Serna y, más en concreto, de su espléndida “Cinelandia” (aquí funciona bien la tradición): “Al muerto, en general, se le denuncia poco y, si se le denuncia, aduce en su favor el que está muerto. Que no es mala coartada” (página 155). O “el prestigio de que goza la nariz le viene de que, además de ser ventana al exterior por la que el hombre accede al mundo del olfato, la nariz es la proa de la persona humana” (página 124). O, volviendo a la familia, “la familia es una de esas cosas que no se sabe lo que es, hasta que la tenemos. Para entonces, ya es tarde”… (página 173).
Federico Volpini

Hasta aquí, mi intento de lograr lo imposible: introducirme de verdad en el proceloso mundo de princesas, dragones y castillos que es “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”. Porque eso es el cine cuando Federico Volpini escribe (y habla) sobre él. Vale terminar con una advertencia suya en el prólogo: “Estos apuntes no tienen pretensión alguna de ecuanimidad; por el contrario, son vehementes, honestamente subjetivos. Sirven para indicar donde NO están a aquellos a los que gusten las acelgas”. Lo de las acelgas, lo siento, pero descúbranlo ustedes mismos leyendo el libro. Muchas gracias por su atención.

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