Imagen e iconografía en la Transición española


(Texto de la intervención en la Mesa Redonda sobre “Fotografía y Prensa en la Transición: Imágenes y líderes políticos”, incluida en el seminario sobre “Carisma e imagen política”, celebrado en la Casa de Velázquez, de Madrid, el 12 y 13 de junio de 2014).

Escribía hace unos días Juan Goytisolo en “El País”: “La labor aperturista de la inolvidable revista “Triunfo” y la del semanario “Cambio 16” (a las que cabría añadir otras publicaciones, en especial “Cuadernos para el Diálogo”) fueron un soplo de aire fresco en la cerrada atmósfera que prevalecía desde el final de la Guerra Civil”. Goytisolo hablaba también en ese artículo de las editoriales, del nacimiento del propio “El País” y, en general, de una cultura que despertaba su conciencia crítica en los estertores del franquismo.

Evidentemente, y aunque quizá no esté bien que lo diga alguien que formaba parte de su Redacción, “Triunfo” (a la que se dedicó un importante simposio en esta misma Casa el 26 y 27 de octubre de 1992) supuso un punto de referencia para quienes militaban en esa resistencia, hasta el punto de que llevarlo en la mano se convirtió en “santo y seña” de que eras un compañero a la hora de participar en las manifestaciones contra el Régimen. La iconografía de las portadas de “Triunfo”, con lo que significaban de imagen de la revista e imagen de la realidad, habían tenido dos hitos fundamentales: la que sobre fondo íntegramente negro y la única palabra Chile informaba sobre el golpe de Estado de Pinochet contra Allende en septiembre de 1973; y la que sin título alguno (quizá un caso único en la Prensa escrita) reflejó el atentado contra Carrero Blanco de diciembre de ese mismo año con una fotografía a toda página que recogía la marcha del furgón mortuorio por la Castellana madrileña.


Como es sabido, “Triunfo” no hablaba directamente durante el franquismo de la situación política española: lo hacía de forma indirecta, incluso metafórica a veces, con grandes informes sobre ámbitos generales de tipo social o económico, sobre aspectos culturales en los que incidía la represión de forma determinante, o sobre cuestiones que se daban en otros países y a través de las cuales cabía establecer paralelismos, comparaciones o disonancias con cuanto sucedía en nuestro país. En todo caso, las cuatro páginas de la sección “Hemeroteca”, a las que mi compañero Diego Galán y yo mismo aplicábamos “técnicas de montaje” inspiradas en clásicos cinematográficos de la materia como Eisenstein o Pudovkin), recogían lo más significativo que se había escrito en otras publicaciones, resumiendo así los “puntos fuertes” de la actualidad inmediata.

 El semanario dirigido por José Ángel Ezcurra y con Eduardo Haro Tecglen como “cerebro gris” adoptó tal estrategia para sortear los vericuetos de la Ley de Prensa establecida por Fraga Iribarne. Era un método casi inevitable frente al poder franquista, lo que no impidió que la publicación de “Triunfo” fuese suspendida en diversas ocasiones. De hecho, la muerte de Franco nos cogió cerrados por orden gubernativa…, y no pudimos salir a la calle hasta un par de meses después.
A lo largo de la transición, “Triunfo” no contribuyó demasiado a la iconografía de los líderes que iban surgiendo. Por supuesto, había fotos acompañando a las entrevistas que se les hacía o a los reportajes en que se hablaba de ellos, con claro predominio de la izquierda, pero no puede decirse que, por ejemplo, portadas o imágenes a toda página contribuyeran a mitificación alguna. No era su estilo. Y se dedicaba también espacio, contra lo que hacían la mayoría de revistas de la época, a los partidos situados a la izquierda del PC (MC, PT, ORT…), cuyos líderes eran prácticamente desconocidos para buena parte de la población. Era más el texto que la imagen lo que predominaba en todos los números de “Triunfo”, entre otras cosas porque había mucho que contar, debatir, reflexionar u opinar por escrito. Se daba, eso sí, paralelamente, un fenómeno de acumulación de imágenes por la cantidad de revistas, especialmente semanarios, que proliferaron durante la Transición, la mayoría de ellos de vida muy efímera.

Nacida en 1978 como una escisión de “Triunfo” (una escisión equivocada, vista desde la perspectiva del tiempo transcurrido), y siguiendo con mi experiencia personal, el semanario “La Calle” ya adoptó otros aires, si se quiere más impactantes gráficamente. En ella sí había grandes imágenes, con portadas que tenían a Adolfo Suárez (tan denostado entonces por la izquierda y hoy tan glorificado: hasta el aeropuerto de Madrid lleva ya su nombre) y a los ministros de UCD como grandes protagonistas, pero siempre con un titular muy definitorio que les sometía a objeto de crítica. Habíamos pasado de que “hacer política” era condenable, como quería y propugnaba el franquismo, a una hiperatención hacia los hechos políticos.

Pero la construcción iconográfica de un líder no se consigue de la noche a la mañana: piénsese en lo que costó lograrlo para el hoy abdicado Juan Carlos I, lo que no se hizo realidad hasta la noche del 23F, o lo que probablemente costará hacerlo con Felipe VI. En la práctica, fueron Felipe González y Adolfo Suárez los que obtuvieron un claro predominio en este terreno mediático, con predominio de la televisión en la única entonces existente y en las vallas y paredes durante los procesos electorales. Mientras que Manuel Fraga representaba todo lo contrario: cada vez que aparecía en un medio de comunicación, su popularidad descendía varios grados…

Con la perspectiva del tiempo, creo que efectivamente fueron Felipe González y Adolfo Suárez (el de UCD, no el del CDS) los únicos iconos personales de la transición. A ellos habría que unir, paradójicamente, a Enrique Tierno Galván, al que se llamaba con cariño “el viejo profesor”, quien, por edad, físico y maneras, tenía todas las papeletas para ser ignorado por la mayoría. Por el contrario, piénsese lo que sucedió con Leopoldo Calvo Sotelo, personaje honesto y respetado pero cuya grisura acabó dominando su breve periodo de presidente del Gobierno, aun cuando provenía del entusiasmo popular por la democracia nacido tras el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, en cuyo desenlace jugaron un papel tan positivo los medios de comunicación.

Cabe, entonces, preguntarse qué es lo que determina la imagen de un personaje público concreto, hasta qué punto la aparición continua o frecuente de su figura determina su conversión en un icono político, en un líder. Llevando la cuestión al periodo de la Transición española, habría que convenir que ello se produce cuanto más alejada se percibe esa figura de las que habían dominado España durante cuarenta años y, sobre todo, de su máximo representante. El pueblo quería “caras nuevas”, que fuesen radicalmente distintas a las que antes rigieron el país. Si siempre produce una cierta incógnita el por qué determinadas personas conectan con los demás (piénsese en las “estrellas” de cine, televisión o música “pop”), qué genera la empatía entre los que ejercen un influjo concreto y quienes lo reciben, en política ese principio todavía está más condicionado por una serie de cuestiones ideológicas, educativas e incluso de la práctica diaria.

Siempre hay en el mito del líder, del ser carismático, del que arrastra a las masas, un componente fundamental de religiosidad, de necesidad de seguir a alguien que te lleva por el camino correcto, ya sea hacia el cielo o hacia la felicidad. La Transición española no fue una excepción a ello, incluso se acentuó con la necesidad de romper con un negro pasado. Y, en ese sentido, la imagen, las imágenes, resultaron fundamentales para que esa “comunión” se produjera. Nada más expresivo en este aspecto que la foto de Felipe González y Alfonso Guerra en una ventana del Hotel Palace de Madrid la noche de las elecciones de 1982, saludando a sus entusiastas votantes en la Plaza de las Cortes y que ha quedado como todo un símbolo de esa etapa.


La segunda parte de mi intervención deseo dedicarla brevemente al cine español, que aportó solo una relativa dosis de imágenes al proceso. Si algo caracteriza al cine español de la Transición es el concepto de “recuperación”. Recuperación de la Historia antes falseada, de una ética que la Dictadura había enterrado, de una moral que el nacional-catolicismo había pervertido, de todo un conjunto de prácticas sociales que se habían desvirtuado hasta el infinito… Recuperación, en definitiva, de la memoria histórica en todas sus dimensiones. El cine español lo hizo desde el documental (en el periodo más fértil del género junto con el actual), pero también desde la ficción, porque ya se podía hablar en libertad –la Censura estatal había desaparecido en 1977– de temas, situaciones y personajes que antes estaban prohibidos. Cabe citar, como ejemplos, “Caudillo”, de Basilio Martín Patino, en cuanto reflejo directo del dictador; o “El desencanto”, de Jaime Chávarri, en lo que tiene de profundización, y desmontaje, de una institución básica durante el franquismo como fue la familia. Título este último que, además, dio nombre enseguida a una sensación colectiva que se mostraba en desacuerdo con aquella “ruptura pactada”…

Pero nuestro cine no busca mitificar a líderes políticos de la Transición, salvo quizá al Rey Juan Carlos en los noticiarios, imitando pero en mucha menor medida a como el NO-DO había hecho con Franco. Otra cosa es la televisión, no ya con los planteamientos oficialistas de TVE, sino incluso con series como “La Transición”, narrada por Victoria Prego, prohibida durante el periodo de la UCD pero ampliamente difundida al llegar el PSOE al poder. Volviendo al cine, dos son los documentales que mejor han mostrado ese periodo: “Informe general”, de Pere Portabella, y “Después de…”, de Cecilia y Juan José Bartolomé, cuyo metraje en buena parte se dedicaba a los nostálgicos del franquismo, a aquellos “poderes fácticos” (como se decía entonces) que se empeñaban en poner palos en las ruedas de la democracia. Y habría que esperar bastantes años hasta que Manuel Martín Cuenca hiciese un doble documental centrado en Santiago Carrillo y Manuel Fraga mediante profundas entrevistas con uno y otro.


Durante la Transición, el cine español se empeñó más en reconstruir un pasado dramático –la República, la Guerra Civil, la posguerra, el franquismo– que en las imágenes de un presente para cuya ficción le faltaba perspectiva, más proclive, en todo caso, a la urgencia y la inmediatez del documental; con mención especial para aquellos que se hicieron con carácter militante, herederos de los que habían surgido en la clandestinidad. Pero los iconos, las imágenes de los líderes de esa etapa, no le pertenecen, sino que nacieron desde los medios de comunicación en su conjunto y, más allá, desde la necesidad de un pueblo por crear un tiempo nuevo y diferente, que le alejase de los fantasmas que perturbaron su existencia a lo largo y ancho de cuatro interminables décadas.

Sin embargo, contra lo que se ha mantenido en diversas ocasiones, hay que “romper una lanza” por el cine español de la Transición, ese cine de la “recuperación” que antes citaba. Muchos exigieron en su día que naciera un movimiento tan radical e innovador como lo fue el neorrealismo italiano tras la II Guerra Mundial, pero las circunstancias sociales, políticas e históricas eran plenamente distintas. Pese a lo cual, el cine español de la Transición supone, visto hoy con perspectiva, uno de los momentos más ricos y prolíficos en significados, estilos y sentido cívico de cuantos componen la trayectoria global de nuestra cinematografía.

Finalizo por donde empecé, con una cita del diario “El País”, cuyo titular de contraportada del 3 de junio, referido a una información de Mábel Galaz, se ajustaba como un guante a cuanto estamos hablando: “El mensaje está en la imagen”, se decía en él categóricamente, aludiendo a cómo se presentó el Rey Juan Carlos a los españoles cuando anunció en TVE su abdicación. Tras él, se veía una foto suya con don Felipe y la infanta Leonor, y otra con don Juan, conde de Barcelona. Por si fuera poco, un gran cuadro a su espalda recogía la figura de Felipe V, primer rey Borbón de nuestro país. Se transmitía así, paladinamente, la idea “fundacional” de la continuidad de la línea dinástica de la monarquía. Dos banderas, una española y otra de la Unión Europea, simbolizaban la existencia de un solo país, sin escisiones, en un continente unido y compacto. Sobraban las palabras.





Nace la Unión de Cineastas


Cineastas en un sentido muy amplio. Porque en esta nueva “asociación cultural” caben todos aquellos que tengan vinculación con el hecho cinematográfico: productores, directores, guionistas, actores, músicos, montadores, técnicos, responsables de festivales, periodistas, críticos…, e incluso en un próximo futuro estudiantes de último curso de las Facultades de Ciencias de la Comunicación. Por ello, se inclinan por la “transversalidad”, por convertirse en una especie de movimiento que reúna a cuantos están inmersos en el cine español, sea cual sea su actividad profesional.

Se venía gestando desde hace meses, pero no ha sido hasta el cercano 24 de mayo cuando han celebrado su Asamblea Constituyente. A partir de ese día la Unión de Cineastas es ya una realidad, con una dirección colegiada de tres componentes (el productor José Nolla, la directora Mar Coll y la actriz Ana Risueño), encabezando un Comité de Coordinación de once miembros. Ya cuentan con cerca de doscientos afiliados, que cotizarán tan solo cincuenta euros al año, con facilidades para quienes no puedan abonarlo de una vez o se encuentren en situación de paro.

Dicen, entre otras cosas, en su manifiesto fundacional: “El cine como bien cultural y forma de vida se encuentra en una situación de gravedad extrema. Precisamente por ello, consideramos más necesario que nunca dar un paso adelante a la hora de involucrarnos en el devenir de nuestra profesión, de aquello que amamos, reclamando el lugar que nos corresponde como ciudadanos en el escenario social y político de nuestro país y dentro del ámbito europeo e internacional, pero también entre nosotros, promoviendo un  nuevo espacio de encuentro en el que poder dialogar, proponer, construir y trabajar juntos”. De ahí que se planteen un ambicioso programa de actuación, donde confluyen desde aspectos legislativos y de contacto con la Administración hasta propuestas educativas, pasando por temas como los diversos accesos de las películas por parte del público.

Heredera en cierta manera de aquella oleada de oposición que se llamó “Cineastas contra la Orden” (referida a la tan nociva Orden Ministerial que se aprobó en octubre de 2009), pero también con claros ecos de recientes movimientos ciudadanos y sociales, la Unión de Cineastas está formada sobre todo por gente joven que quiere actuar con decisión en el presente y futuro de su actividad creativa y laboral. ¿Quedará todo en bellas palabras o se convertirá en un importante instrumento para mejorar la situación de nuestro cine, que atraviesa un momento especialmente difícil y delicado?

Solo el tiempo dará la respuesta en un sentido o en otro, y mucho va a depender del eco que sus propuestas despierten en el sector y de su capacidad para impulsarlas con inteligencia y determinación. Pero hacía falta, aquí y ahora, una plataforma así. La cosa tiene buena pinta.

(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2014).

La confirmación de un cineasta


Había ido subiendo peldaño a peldaño en el palmarés del Festival de Cannes, quedándose en un par de ocasiones a las puertas del cielo. Pero, por fin, en esta 67 edición lo ha conseguido. Me refiero al cineasta turco Nuri Bilge Ceylan, cuyo Winter Sleep (o Sueño de invierno) ha logrado por fin la Palma de Oro. De las dieciocho películas en competición dentro de la Sección Oficial, era la que se acercaba más a las características de este premio, por su densidad conceptual, su propuesta estética y por esa trayectoria anterior del director. Desde que se vio en un único pase multitudinario con que la organización del certamen la “castigó” –quizá por su duración de tres horas y cuarto–, era para muchos la favorita para el galardón máximo. Así ha sido, y es justo porque se trata de una gran película que viene a confirmar la destacada personalidad de Nuri Bilge Ceylan.

Algunos críticos le consideran “el nuevo Angelopoulos”, pero en el caso concreto de este film yo creo que está mucho más cerca de Bergman, con sus reposados e incisivos diálogos, su insistencia en el primer plano y una utilización del paisaje donde la Capadocia viene a ser el equivalente de la isla de Farö del maestro sueco. Winter Sleep obtuvo también el Premio de la Crítica Internacional (FIPRESCI), aunque en las votaciones de la revista “Screen” aparecía por debajo de Mr. Turner, de Mike Leigh (que ganó el Premio al Mejor Actor para Timothy Spall), y únicamente cuatro décimas por encima de Deux jours, une nuit, de los hermanos Dardenne, la preferida con diferencia por la crítica francesa. Aunque no suelo coincidir con ella, estoy de acuerdo, porque el film de la pareja belga es de una inteligencia y una conexión con la actual crisis política y laboral realmente excepcionales. Pero los Dardenne ya tenían dos Palmas de Oro y una tercera les habría convertido en los únicos cineastas de la historia de Cannes en poseerlas…


Por supuesto, cada uno tiene su palmarés. Pero llevar hasta el segundo premio a la solo estimable Le meraviglie, parece muy excesivo. Si Jane Campion, presidenta del Jurado, quería destacar la presencia de una de las dos únicas realizadoras de la Sección Oficial, mejor habría optado por la japonesa Naomi Kawase y su excelente Aguas tranquilas. Tampoco es merecido el Premio a la Mejor Actriz para la histriónica Julianne Moore de Maps to the Stars, de David Cronenberg. Pero, dando como válidos los galardones a la Mejor Dirección para Bennett Miller por Foxcatcher y al Mejor Guion para el de Leviathan, del ruso Andrei Zvyagintsev, donde el Jurado rizó el rizo fue igualando en un premio “ex aequo” al cineasta más veterano de la Competición, Godard, con el más joven, el canadiense Xavier Dolan. Eso sí que se llama poner una vela a Dios y otra al Diablo… Cuál es uno y cuál el otro lo dejo a su elección.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2014).

El cine está vivo



Más allá de un palmarés que tuvo su mayor sorpresa en la inclusión de la pequeña película italiana ‘Le meraviglie’ como Gran Premio del Jurado, como rareza la consideración de que Julianne Moore por ‘Maps to the Stars’ era la mejor actriz de la Competición Oficial y como humorada el hacer coincidir al director más veterano del Festival con el más joven, Jean-Luc Godard y Xavier Dolan, en un mismo galardón “ex aequo”, Cannes ha demostrado que el cine sigue en buena salud. Con todos los problemas que se quiera, con los ajustes que está determinando el proceso de digitalización de las salas, con los graves perjuicios que causa el pirateo, pero el cine continúa teniendo carta de naturaleza en nuestra sociedad. No me refiero a los aspectos más epidérmicos y “glamourosos” que tanto gustan en La Croisette, sino a una valoración más en profundidad, relativa a un arte que quiere seguir siendo espejo de su tiempo y de la inquietud de sus creadores.

Sobre todo en Europa, el cine está luchando por superar una crisis política y económica que podía llevársele por delante. La fuerte presencia en el Cannes de este año de una serie de cineastas superconsagrados como los hermanos Dardenne, Mike Leigh o Ken Loach significa, al margen de los premios, que sus obras continúan vigentes y que cuentan con un público amplio al que siguen interesando. La Palma de Oro decidida a favor del turco Nuri Bilge Ceylan por ‘Sueño de invierno’ (o ‘Winter Sleep’, si prefieren su título internacional) confirma este argumento. Premiado sucesivamente en Cannes por sus películas anteriores, le ha llegado su consagración con un film muy ambicioso, que bebe de Bergman, Chejov y Shakespeare de manera clara, lo que supone entroncarlo con toda una cultura europea del máximo nivel. Con su dificultad, sus tres horas y cuarto de duración entre conversaciones desarrolladas en el peculiar paisaje de la Capadocia, ‘Sueño de invierno’ sabe responder a unas inquietudes y preocupaciones que se hallan en nuestro entorno. De forma muy diferente, lo hacen los hermanos Dardenne con su magnífica ‘Deux jours, une nuit’, reflejo lúcido y directo de la crisis actual, pero ya adelantamos que el hecho de haber logrado previamente dos Palmas de Oro probablemente la penalizaría a la hora de figurar en el palmarés.

Si el cine sigue vivo, es también porque los poderes públicos de muchos países lo apoyan con decisión. No había más que leer los títulos de crédito de la inmensa mayoría de los films vistos en Cannes, con una larga lista de instituciones y entidades que respaldaban su existencia, para llegar a la conclusión de que tal apoyo resulta imprescindible. La necesidad de preservar y potenciar una creación audiovisual propia frente al coloso norteamericano, llámese a ello “excepción cultural” o como se desee, motiva este decidido respaldo. Lo que supone una imprescindible lección para los actuales gobernantes españoles, que –al contrario que sus colegas europeos– parecen empeñados en debilitar nuestra cinematografía. No es casual que, como ya ha quedado reflejado en estas crónicas, hayamos estado casi ausentes de la principal cita de la producción mundial.

Cannes 2014 nos ha hablado asimismo de la extensión global del hecho cinematográfico. Más países que nunca han estado presentes en el Mercado del Film, más avanza el poderío de lugares como China o la India a la hora de poner en pie proyectos ambiciosos, más surgen aquí y allá películas de consideración que antes eran ignoradas. Podemos estar tentados de que los árboles no nos dejen ver el bosque al comprobar la ingente cantidad de productos de puro consumo y nula inventiva que proliferan en dicho Mercado. Pero nos equivocaríamos en tal apreciación, porque siempre ha existido ese volumen de títulos prescindibles; lo que importa son aquellos que marcan tendencia y nuevos caminos, que responden a la personalidad y el estilo de sus autores por encima de las dificultades financieras que siguen existiendo.


En esta dirección, Cannes ha mostrado un notable nivel de películas valiosas, con una calidad media muy estimable. Quizá, como ya quedó señalado en un artículo anterior, no ha ofrecido LA película por antonomasia, pero sí ha contado con aquellas que indudablemente van a definir la temporada. Si al cabo de unos meses comparan lo que ha valido más la pena con lo mostrado en esta edición del Festival, verán que ha sido así. Van a disfrutar de un buen año de cine.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 26 de mayo de 2014).

Sin claro favorito para la Palma de Oro


Al contrario de lo sucedido en las tres ediciones anteriores, en las que ‘El árbol de la vida’, ‘Amor’ y ‘La vida de Adèle’ figuraban en todas las quinielas, este año no hay un claro favorito para la Palma de Oro de Cannes. Hay, eso sí, un grupo de películas destacadas, entre las que saldrá probablemente el premio máximo. Para la crítica internacional, en su baremo están por encima de tres puntos sobre cinco ‘Mr. Turner’, de Mike Leigh; ‘Sueño de invierno’, de Nuri Bilge Ceylan, y ‘Deux jours, une nuit’, de los hermanos Dardenne. Los títulos se repiten en las votaciones de los críticos franceses, pero con una clara distancia a favor del film belga y el añadido de ‘Mommy’, de Xavier Dolan. Quedan también algunos espacios en el palmarés para “sleepers” como ‘Tombuctú’, ‘Foxcatcher’, ‘Aguas tranquilas’, ‘Relatos salvajes’ o la rusa ‘Leviathan’ (de la que hablaré más adelante), pero difícilmente para el galardón más alto. Aunque ya se sabe que todos los Jurados son impredecibles, y el que preside este año Jane Campion seguro que no lo va a ser menos. Si me preguntan por mi preferencia, me inclino por ‘Deux jours, une nuit’, aunque será difícil que los Dardenne se lleven ¡por tercera vez! la Palma de Oro, lo que no ha sucedido nunca antes en el Festival de Cannes.

"Leviathan", de Andrei Zvyagintsev

Dos films de muy distinto calado han cerrado la Competición Oficial, que ha estado compuesta por dieciocho títulos: el ya citado ‘Leviathan’ y ‘Sils Maria’, de Olivier Assayas. En el primer caso, se trata de una peculiar adaptación del mito bíblico de Job a la actual vida rusa, y concretamente a un conflicto de desahucio abusivo mezclado con una historia de adulterio y una corrupción casi tan generalizada como la ingesta masiva de vodka por parte de sus personajes. El director, de nombre impronunciable, Andrei Zvyagintsev (que ya contaba con títulos de la valía de ‘El regreso’ y ‘Elena’) ha armado con todo ello un relato potente a lo largo de casi dos horas y media, con un dramatismo focalizado en Nikolai, una figura contemporánea del santo Job, sobre la que recaen todas las desgracias, que son muchas y muy variadas en la Rusia de hoy.

Después de su excelente serie televisiva sobre el terrorista Carlos y un acertado reflejo de la juventud “postmayo del 68” en ‘Après Mai’, se esperaba de Olivier Assayas algo de similar calidad en ‘Sils Maria’, un lugar situado en los Alpes suizos. Pues no, estamos ante una retórica y casi pedante película, situada por voluntad propia “entre ‘Eva al desnudo’, Bergman y los paisajes de “La montaña mágica”, de Thomas Mann” para dar origen a lo que, con acento peyorativo, se suele tildar de “muy literario” y “típicamente francés”. Diálogos enfáticos sobre, una vez más, las relaciones entre la realidad y la ficción, la vida y la obra, se dan cita en un film hecho a la mayor gloria de la gran Juliette Binoche, en una de sus interpretaciones menos acertadas. Contiene, además, ‘Sils Maria’ un error inaceptable en cualquier guion que se precie: la desaparición de la trama, porque sí, de un personaje que hasta entonces había sido fundamental en su relación como agente y asistente personal de la actriz protagonista.

Una última parte, pero no por ello menos importante, de esta crónica debe dedicarse con justicia al género documental, al que Cannes ha dedicado este año una especial atención. Y retengan dos títulos que ojalá puedan ver ustedes en la sección Tiempo de Historia de la Semana de Valladolid: ‘National Gallery’, del maestro norteamericano Frederick Wiseman, ofrecido por la Quincena de Realizadores, un apasionante recorrido por el museo de Londres del mismo nombre; y ‘Maidan’, presentado fuera de concurso, donde el ucraniano Sergei Loznitsa nos muestra con arriesgada cercanía y excepcional precisión fotográfica los hechos acaecidos en la famosa plaza de Kiev. También ‘Le Sel de la Terre’ ofrecía la insólita posibilidad de contemplar en una gran pantalla las impresionantes fotos de Sebastiâo Salgado, pero habría sido muy deseable que Wim Wenders y el propio hijo del artista, Juliano Ribeiro Salgado, se hubieran esforzado un poco más en desentrañar en su documental los métodos de trabajo y creativos del fotógrafo brasileño. Como ven, Cannes es más que la lucha por la Palma de Oro y la subida por la alfombra roja.


(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 24 de mayo de 2014). 

Loach y Dolan, medio siglo los separa

Por un día, los franceses parecen menos atentos a los fastos de Cannes que al escándalo de los trenes, que me figuro que ya conocen: el encargo, fabricación y compra de una serie de vagones que son ¡más anchos! de lo que permiten los andenes de las estaciones. En España tenemos aeropuertos sin aviones o carreteras sin coches, pero esto todavía no lo hemos visto, aunque nunca hay que perder la esperanza… Pero vayamos a lo nuestro, que es una jornada del Festival cuya Sección ha confrontado a dos generaciones muy alejadas de cineastas: la que, nacido en 1936, representa Ken Loach, con ‘Jimmy’s Hall’; y la de Xavier Dolan, que vino al mundo en 1989 y que ha traído ‘Mommy’. Medio siglo los separa, con todo lo que ello determina, pero han coincidido en el signo del buen cine.

"Jimmy's Hall", de Ken Loach

Con guion de su habitual Paul Laverty, ‘Jimmy’s Hall’ continúa en cierta forma la propuesta de ‘El viento que agita la cebada’, gracias a la cual Loach obtuvo la Palma de Oro en 2006. No solo por desarrollarse también en Irlanda y situarse una década después de la anterior, sino porque nace de las consecuencias derivadas de la independencia del país, y concretamente del enorme poder adquirido por la Iglesia católica y los terratenientes. Contra ambos se erige Jimmy Gralton, un hombre de izquierdas que tuvo que huir del país a Estados Unidos y que regresa a él después de diez años. Lo hace para cuidar la granja de su madre, pero pronto se ve animado por sus convecinos a que reabra la sala con diversas actividades culturales que ya “animó” entonces, con el añadido de su fascinación por el jazz y los bailes de moda en Norteamerica. No es un propósito demasiado revolucionario, pero “con la Iglesia hemos topado”… Ahí comienzan los problemas de Jimmy –un personaje que existió en la realidad–, extendidos también a otros conflictos más decisivos.

Es ‘Jimmy’s Hall’ un Ken Loach por los cuatro costados, con sus opciones ideológicas bien vivas, su apuesta por las clases populares, su rotundo anticlericalismo y ese estilo sencillo y envolvente, donde no faltan ni el sentimiento amoroso ni el humor. El gran cineasta británico demuestra que está en buena forma, que sigue deseando contarnos historias que le afectan y que nos afectan. Algo que en un autor de cerca de ochenta años es muy de agradecer.

"Mommy", de Xavier Dolan

En sentido opuesto, Xavier Dolan pasa por ser el “enfant terrible” del cine canadiense, lo que no resulta extraño en alguien que empezó su carrera con una película titulada ‘Yo he matado a mi madre’… Pese a su juventud, Dolan ya ha recorrido toda la escala del Festival de Cannes, pasando por las paralelas Quincena de Realizadores y Un Certain Regard, antes de llegar con todos los honores a la Sección Oficial. Y lo hace bien, con un film potente y de “tonos altos” (sobreactuación de los intérpretes, diálogos a voces bastante a menudo, juegos con el formato de la imagen y el color) que revela personalidad. Homenaje a su madre, quizá por compensarle el disgusto que se debió de llevar con aquella “opera prima”, ‘Mommy’ se centra en la relación de un adolescente conflictivo con su progenitora y la vecina de enfrente. Hablada, o gritada, en un francés “québécoise” que precisa de subtítulos para que los propios franceses lo entiendan, el ya quinto largometraje de Dolan merece que se le siga la pista con atención.

Terminaba la escasa presencia española en Cannes (a la que, aparte de películas, habría que sumar la elección de la joven productora andaluza Marta Velasco, de Áralan Films, dentro del grupo “Producers on the Move” de la European Film Promotion), con uno de los cortometrajes que componen ‘Les ponts de Sarajevo’, fuera de concurso. Son trece episodios, de entre 6 y 8 minutos, que llegan a la actualidad desde el asesinato del archiduque Fernando en 1914, que dio origen a la I Guerra Mundial, y la de la ex Yugoslavia en los noventa, siempre con Sarajevo como punto de referencia. Recha retrata a un muchacho que no vivió la crueldad de ese conflicto bélico, pero que refiere con admiración el arrojo de su padre por salvar al menos un libro de la destrucción de la biblioteca de la ciudad. Si este corto “sabe a poco”, es precisamente por su sensible acercamiento a un personaje real, que ahora vive con su padre en Cataluña.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 23 de mayo de 2014).





Godard si o Godard no


Por primera vez en Cannes, el tiempo de espera para ver una película ha superado la duración de la misma: poder acceder al único pase oficial de ‘Adieu au langage’, Prensa incluida, ha supuesto estar hora y media antes de la proyección, la mitad haciendo cola en la calle y la otra mitad ya sentados en la sala con el fin de asistir a los solo 70 minutos que dura la última película de Jean-Luc Godard, ¡en 3D!… No ha sido algo inopinado, sino perfectamente buscado desde la organización, como lo reconocía su máximo responsable, Thierry Frémaux: “No hemos programado más que una sesión de ‘Adieu au langage’, por lo que esperamos que haya mucho follón. Pero es voluntario para que se convierta en LA sesión del Festival. Claro, que no todo el mundo podrá entrar en la sala”. El que desde luego no ha entrado es el propio Godard, quien ya aseguró hace unos días que “en ningún caso” vendría a Cannes. Debe de recordar todavía cuando, en cierta ocasión, un periodista le tiró a la cara una tarta de crema...

Desde hace mucho tiempo, el mundo del cine se divide en “godardianos” y “antigodardianos”. Para los primeros, es el paladín de la innovación y la experimentación; para los segundos, un autor que no hace sino repetir sus fastidiosas películas, llenas de citas pedantes, y que se agotó cuando lo hizo la Nouvelle Vague, a finales de la década de los sesenta. Aunque particularmente me siento más cercano del segundo grupo, no deja de asombrarme la capacidad de reclamo que sigue conservando el cineasta suizo, ya con 83 años a sus espaldas. El repleto hasta la bandera pase de ‘Adieu au langage’ así lo demuestra, lo mismo que una acogida entusiasta por parte de quienes habría que indagar qué es lo que han entendido del film. Porque la cosa no es fácil precisamente.

"Adieu au langage", de Jean-Luc Godard

Quizá el malentendido estribe en cómo se ven las películas de Godard, que –pese a que asegure que esta última es tan sencilla como la historia “de una mujer casada, un hombre libre y un perro, que concluye en metáfora”– se relacionan mucho más con el ensayo que con cualquier narrativa, más con los textos y las imágenes de archivo a los que acude abundantemente que con un desarrollo de personajes y situaciones. Quizá la “clave” esté en una de las numerosas frases citadas, perteneciente a Claude Monet: “No hay que pintar lo que se ve, ya que no se ve nada, sino pintar lo que no se ve”. Creo, por ello, que los trabajos “godardianos” deberían contemplarse no en la pantalla de una sala, sino acompañando a exposiciones de arte contemporáneo, donde, de la forma en que se hace con las videocreaciones, sus peculiares imágenes encontrarían el contexto adecuado. Seguir debatiendo a estas alturas si Godard sí o Godard no, me parece una pérdida de tiempo y entrar en el mismo juego con que intenta seducirnos. ‘Adieu au langage’, título bien significativo de la, según él, imposibilidad de la comunicación, lo viene a demostrar de nuevo.

Menos polémica ha generado ‘The Search’, de Michel Hazanavicius (el director de la estupenda ‘The Artist’), que ha decepcionado a todo el mundo. En un brusco giro de su carrera, se ha atrevido con el siempre difícil género bélico para adentrarse en el conflicto de Chechenia de 1999, y especialmente en la situación de los refugiados. Inspirado en la clásica película de Fred Zinnemann del mismo título (llamada en España ‘Los ángeles perdidos’ y en la que Montgomery Clift recogía a un niño que había estado internado en un campo de concentración nazi), el film de Hazanavicius no vale ni como denuncia de una situación opresiva ni como el melodrama que ha querido ser y que no emociona casi en ningún momento. Estructurado en función de varias tramas, su propósito también resulta desnaturalizado por el excesivo protagonismo que adquieren las figuras de dos mujeres “occidentales”, interpretadas por Bérénice Bejo y Annette Bening como expertas de la Comisión Europea y de la Cruz Roja.

En el rodaje de "The Search", de Michel Hazanavicius


Tampoco el pabellón francés ha brillado demasiado alto con ‘L’Homme qu’on aimait trop’, de André Téchiné, presentada igualmente en la Sección Oficial pero fuera de concurso. Constatación de que el cine de Téchiné ha ido perdiendo personalidad con el paso del tiempo, en esta última película –basada en un caso real– solo reconocemos como algo suyo ese interés por un personaje que acaba siendo víctima propicia de su entorno.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 22 de mayo de 2014).

Un excelente día: los Dardenne y Naomi Kawase


"Deux jours, une nuit", de los hermanos Dardenne

Sandra acaba de ser despedida de su trabajo, después de que sus compañeros hayan votado que preferían mantener su prima mensual de mil euros a que ella conserve el puesto. Consigue ante su jefe que haya una nueva votación el lunes siguiente para confirmar o no esa decisión, ante lo que con su marido e incluso con sus dos hijos pequeños se entrega a un intenso fin de semana (esos ‘Dos días, una noche’ del título del film) para tratar de convencer a sus colegas de que varíen el sentido de su voto… No, no les voy a contar la última película de los hermanos Dardenne; solo ponerles en situación de un trabajo digno de la impresionante trayectoria de esta pareja de cineastas belgas, ya ganadores en dos ocasiones de la Palma de Oro: en 1999 con ‘Rosetta’ y en 2005 con ‘L’enfant’, además de otras presencias en el palmarés.

La historia de Sandra en ‘Deux jours, une nuit’ posee la capacidad de convertirse en un inteligente y directo reflejo de la crisis económica y política que está viviendo Europa. Junto a ‘Hermosa juventud’, el film de Jaime Rosales, el de los Dardenne es el único de los vistos hasta ahora en Cannes que se adentra a fondo en tan difícil terreno, hasta constituir una radiografía del mismo a través de un caso particular. He empleado antes la palabra “inteligente” porque la película huye de todo maniqueísmo de buenos y malos: Sandra –personificada en una Marion Cotillard que vive a tope su papel– es una mujer con tendencia depresiva, que estuvo de baja meses atrás por esa causa; sus compañeros no son unos desalmados que prefieren conservar su prima laboral para ser unos privilegiados, sino que la necesitan también para sobrevivir cada mes. El problema viene de mucho más arriba, de quienes cometen la ignominia de poner a unos trabajadores contra otros para solventar una crisis y del sistema político-económico que ampara una realidad a la que asistimos todos los días.

Pocos films como el de los Dardenne serán hoy tan necesarios y oportunos como este ‘Deux jours, une nuit’, sin por ello renunciar en absoluto a la calidad narrativa y al estilo “marca de la casa”, a base de planos-secuencia y diálogos concisos y efectivos, aportando una continua sensación de credibilidad. Cuando Europa se dispone a votar el próximo domingo, la pequeña votación en su centro de trabajo que afecta a Sandra posee toda la altura de un símbolo de nuestra época.

"Aguas tranquilas", de Naomi Kawase

Película preciosa también la que ha traído hasta la Sección Oficial de Cannes la japonesa Naomi Kawase, que en España llevará el título de ‘Aguas tranquilas’, el preferido por el coproductor de nuestro país Lluis Miñarro. En una línea muy distinta a la de los Dardenne, pero similar en cuanto a valía artística, el film destaca por su acercamiento al proceso de aprendizaje de la vida, y sobre todo del hecho de la muerte, que efectúa una pareja de adolescentes en el medio natural de la isla de Amami, de donde procedían los antecesores de la realizadora. Un entorno donde la naturaleza del mar y los bosques cobran un protagonismo específico, lo que no resulta extraño conociendo la obra anterior de Naomi Kawase.

Habla ‘Aguas tranquilas’ de esos descubrimientos vitales, pero también de la aceptación de la muerte como un tránsito inevitable, de la continuidad entre generaciones, de la necesidad de tolerancia mutua entre los seres humanos… Palabras mayores que el film sabe poner en pie con clara sencillez, unida a una gran sensibilidad poética. Y si quiere entenderse de una vez por todas en qué se percibe si una película está dirigida por una mujer, vean ‘Aguas tranquilas’ y notarán de qué distinta manera a como lo suele hacer un hombre están tratados los personajes femeninos, e incluso también los masculinos, sin clichés preconcebidos en función del género.


Al lado estas dos películas  tan excelente como las de este martes, de esos días que se recuerdan de una edición a otra, ha palidecido un tanto ‘De vuelta a casa’, de Zhang Yimou, estimable pero más convencional y sabida. El relato de una mujer que pierde la memoria y no reconoce a su marido cuando regresa de su cautiverio de más de diez años durante la Revolución Cultural maoísta, supone ante todo una especie de regalo que Zhang Yimou ha querido ofrecer a su ex musa y esposa, Gong Li.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 21 de mayo de 2014).

Bajo la todopoderosa familia Du Pont


Salvo las locales, pocas “estrellas” luce este año el Festival de Cannes. La escasa presencia del cine norteamericano en la Sección Oficial –con solo dos películas– provoca seguramente esta carencia, en un certamen demasiado obsesionado con la alfombra roja, el “glamour” y las lujosas imágenes para los programas televisivos y la Prensa del corazón. La ausencia de títulos que parecían confirmados, como los últimos de Clint Eastwood, Terrence Malick y Paul Thomas Anderson, ha determinado una participación USA de bajo tono “mediático”, con el film de animación ‘Cómo entrenar a tu dragón 2’ como máximo reclamo espectacular… Tras un fin de semana agobiante de gente por los cuatro costados, al que ha sucedido una jornada tormentosa de viento y lluvia, Cannes enfila la segunda parte de su programación después de una primera que no ha sido, en su conjunto, para tirar cohetes.

"Foxcatcher", de Bennett Miller

Pero ese, por una vez, peso ligero de la producción estadounidense sí ha cobijado una buena sorpresa: la causada por ‘Foxcatcher’, de Bennett Miller, de quien conocíamos su notable biografía de Truman Capote que llevaba por título el apellido del propio escritor. Si hablo de sorpresa, es porque leída sobre el papel la trama del film no resultaba demasiado estimulante, al centrarse en la historia real de un medallista olímpico de lucha libre y su rico mecenas. Pero la relación que entre ambos se establece está llena de sentido, con una descripción verdaderamente significativa del comportamiento del magnate John du Pont respecto a su protegido. Nos hallamos en las cercanías de los Juegos de Seúl de 1988 y este heredero de una de las más poderosos familias norteamericanas (interpretado a la perfección por Steve Carell) está empeñado en que su país consiga la Medalla de Oro en lucha libre, tanto por sus frustraciones personales como por patriotismo desenfrenado.

Al hilo de ‘Foxcatcher’, cabe recordar que los Du Pont basaban su fortuna original en la fabricación de productos químicos y farmaceúticos, pero donde ganaron millones y millones de dólares fue en la industria armamentística. Y que se ha constatado que las famosas producciones de Samuel Bronston en España eran, en definitiva, una tapadera para sacar de España los beneficios que lograba la empresa y que no se sujetaban a la normativa legal imperante durante el franquismo… El cine sirve para muy diferentes cosas, también para este tipo de manejos fiscales; o para mostrar en la pantalla un juego de poder económico y psicológico sobre un pobre deportista abducido por su patrocinador. Una buena película la de Bennett Miller.

Julianne Moore, en 'Maps to the Stars', de David Cronenberg

Mucho más ambiciosa, pero no por ello más reveladora, es ‘Maps to the Stars’, del siempre inquietante David Cronenberg, uno de los títulos más esperados de la Competición pero que no ha respondido a tal expectativa. Su prometida denuncia del mundo “secreto” de Hollywood a través de diversas historias paralelas pero cuyos turbios personajes acaban confluyendo dramáticamente, resulta menos revulsiva de lo que parece, trufada de incestos, fuegos destructivos o purificadores y “estrellas” en declive o que venden hasta a su madre o a su hijo por serlo. En el tan personal cine de Cronenberg siempre se encuentran propuestas y situaciones perturbadoras, como se da una vez más en ‘Maps to the Stars’, pero ello no basta para quien ha logrado obras de la maestría de ‘Inseparables’, ‘Spider’ o ‘Una historia de violencia’.

Como dice un amigo, no es Cronenberg un tipo con quien te apetezca irte a tomar tranquilamente una copa… Por lo que a mí respecta, me afecta en mucha mayor medida la violencia de género que sufre la protagonista y su hijo en ‘Refugiado’, del argentino Diego Lerman, seleccionada por la Quincena de Realizadores, que las intimidades hollywoodienses que ‘Maps to the Stars’ pone en solfa.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 20 de mayo de 2014).




Jaime Rosales, la excepción española


Muy escasa es la participación española en el Festival de Cannes de este año. Se reduce, en la sección paralela Un Certain Regard, a la excelente película de Jaime Rosales ‘Hermosa juventud’, a la que me referiré más adelante; a un episodio de Marc Recha en el film colectivo ‘Los puentes de Sarajevo’, incluido entre las Proyecciones Especiales, y al cortometraje ‘Safari’, de Gerardo Herrero (que nada tiene que ver con el productor de idéntico nombre), en la Semana de la Crítica. Hay, sí, dos coproducciones, una minoritaria y otra financiera, en la Sección Oficial: ‘Relatos salvajes’, de la que hablamos ayer, auspiciada por los Almodóvar, pero que es básicamente una película argentina, lo mismo que es japonesa ‘Aguas tranquilas’, que cuenta con el respaldo de Lluis Miñarro. Pero nada más, lo que tampoco significa una novedad desde 2009, después de que en la edición de ese año se seleccionasen títulos de Almodóvar, Amenábar e Isabel Coixet. Eran otros tiempos para nuestro cine, que ni siquiera está representado en ninguno de los numerosos Jurados que figuran en el Festival, empezando por el Oficial. Prácticamente, no existimos.

Ingrid García-Jonsson, en "Hermosa juventud", de Jaime Rosales

Menos mal que ‘Hermosa juventud’ ha hecho un estupendo papel, lo que compensa en parte esa amplia ausencia. Se trata, en mi opinión, de la mejor película de Jaime Rosales desde ‘La soledad’, sobre todo por su carácter mucho más abierto, comunicativo y emocional que en los dos anteriores títulos del director barcelonés, ‘Tiro en la cabeza’ y ‘Sueño y silencio’. Film aparentemente muy sencillo, pero solo aparentemente, destaca sobre todo por la aproximación sincera y realista a una pareja con solo veinte años que se enfrenta a las vicisitudes que está experimentando mucha de la gente joven de nuestro país.

Una secuencia de ‘Hermosa juventud’ (nombre entre irónico y laudatorio) como la entrevista con el primer productor de “porno” o imágenes precisas como las que a menudo recogen el desesperanzado mundo de esa pareja, Natalia y Carlos, valen más que muchos tratados sobre la situación de la juventud española. El estilo propio de Rosales, en cuanto a planificación y puesta en escena, se halla sin duda presente. Pero esta vez su “autoría” se ha situado voluntariamente un tanto por detrás de la historia que está narrando, lo que le sitúa junto a los más significativos autores europeos de la última década. Con el enorme acierto, además, de “descubrir” a una fantástica actriz, Ingrid García-Jonsson, que tiene ante ella una enorme carrera si continúa en la línea de sinceridad y potencia expresiva que demuestra en ‘Hermosa juventud’.

Por lo que se refiere al corto ‘Safari’, se trata de una especie de “tarjeta de presentación” de quince minutos para demostrar que se sabe utilizar los códigos genéricos de terror, a la hora de mostrar una matanza en un centro de enseñanza al estilo de la trágicamente famosa de Columbine.

Fuera ya del cine “patrio”, reseñemos el paso por la Sección Oficial del actor norteamericano Tommy Lee Jones en su segundo trabajo como director, después de ‘Los tres entierros de Melquíades Estrada’. Con ‘The Homesman’ (única película de la Competición mostrada en 35 mm.; todas las demás, en sistema digital) realiza un “western” un tanto peculiar, a mayor gloria de sí mismo pero donde la gana claramente la partida Hilary Swank, en el papel de una mujer fuerte que tiene que conducir por tierras de Nebraska, en 1854, a tres enfermas mentales hasta un lugar donde puedan ser tratadas. Tal es el peso de la actriz sobre el conjunto del film que este se desvanece cuando deja de estar en pantalla, por más que aparezca nada menos que Meryl Streep para tomar el relevo.


Hablando de mujeres, debe resaltarse la presencia de la directora italiana Alice Rohrwacher, sobre todo por ser, con Naomi Kawase, las únicas cineastas en la Sección Oficial. Se ha elegido su segundo largometraje, ‘Le meraviglie’, una pequeña pero estimable obra sobre una familia de apicultores que vive aislada del mundo en la Umbría. Y otra familia, en este caso sueca que pasa sus vacaciones en los Alpes, protagoniza ‘Turist’, de Ruben Östlund, ofrecida por Un Certain Regard. Apunten este título porque va a dar que hablar, con una historia cuyo inicio parece ‘Lo imposible’, se desarrolla como una pieza de Yasmina Reza y termina homenajeando al gran Buñuel de ‘El discreto encanto de la burguesía’.

"Turist", de Ruben Östlund

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 19 de mayo de 2014).

Tras las huellas de Chejov y Bergman


Mientras Turquía llora a los trescientos muertos de la catástrofe minera de Soma, el cineasta más prestigioso del país, Nuri Bilge Ceylan, presentaba su película ‘Sueño de invierno’ en la Competición de Cannes. Todos los integrantes del equipo del film llevaban un lazo negro en señal de luto durante la proyección de uno de los títulos más esperados en el Festival, al que incluso se cita como favorito para la Palma de Oro. Lo que no fue óbice para que la organización le dispensara un trato vejatorio, con un solo pase oficial a las 3 de la tarde donde se juntaban invitados, periodistas y público, e inmensas dificultades para acceder a él y que todos cupiéramos en el Palacio (muchos se quedaron fuera, pese a las numerosas protestas). Como ya señalaba ayer, Cannes se permite cosas que no se le aceptarían a ningún otro festival del mundo y abusa continuamente de ser el primero de ellos.

"Sueño de invierno", de Nuri Bilge Ceylan

“Conversaciones en la Capadocia”, podía subtitularse con razón ‘Sueño de invierno’. Porque es en esa región tan bella como extraña donde sucede y porque la película va enlazando a lo largo de tres horas y cuarto diálogos entre sus pocos personajes. La manera de afrontar al mal, el compromiso del escritor, las diferencias en la forma de enfocar la vida por parte de una pareja, los motivos de la humillación y las respuestas ante ella, entre otros muchos temas, componen el film. Que posee una gran altura cinematográfica, donde las resonancias del cine de Bergman son muy perceptibles, pero también enjundia teatral, que busca emparentarse con el “no pasa nada en la superficie, pero mucho en el fondo” tan típico de las piezas de Chejov. No por casualidad su protagonista es un actor retirado, que vive del hotel para turistas que ha heredado de su padre en la Capadocia, y cuya ilusión es escribir una Historia del teatro turco.

Supone ‘Sueño de invierno’ el punto hasta ahora máximo de la filmografía de Nuri Bilge Ceylan, premiada ya en Cannes en tres ocasiones: con el Gran Premio del Jurado por ‘Uzac’ en 2003 y por ‘Érase una vez en Anatolia’ hace tres años, y con el Premio a la Mejor Dirección por ‘Los tres monos’ en 2008, además de otros galardones paralelos. Por tanto, cabe considerarle entre los “hijos de Cannes”, aunque aquí se le haya reservado el trato antes descrito. Pero su cine no es para todos los paladares, como deducirán los que hayan visto al menos uno de los films citados; ‘Sueño de invierno’ tampoco lo es, entre otras cosas por la incesante lectura de subtítulos que exige a quienes no sabemos turco. Pero, vencido este y algún otro “obstáculo” (como una equivocada secuencia donde se cambia sin motivo el punto de vista de la narración), va a quedar sin duda como uno de los grandes films de esta edición.

Actrices y actores de "Relatos salvajes" con el director, Damián Szifrón

Quizá también quede ‘Relatos salvajes’ por ser la única comedia (desde luego, por ahora, y me temo que hasta el final) de la Sección Oficial. Eso sí, una comedia ácida, de fuerte contenido satírico, como su nombre evoca. Escrita –un excelente guion– y dirigida por Damián Szifrón, del que conocíamos ‘Tiempo de valientes’, está compuesta por seis historias diferentes que tienen como nexo conceptual situaciones de máxima tensión a las que se acaba respondiendo de forma radical y despojándose de cualquier limitación o prejuicio. Coproducción minoritaria española, al 30%, a cargo de El Deseo, de los hermanos Almodóvar, y apoyada por el Programa Ibermedia, ‘Relatos salvajes’ es básicamente una película argentina, con un elenco de primera fila de actrices y actores de ese país. Si tal reparto supone un decisivo apoyo para el film, este sabe también, con su divertida ferocidad crítica, evitar las desigualdades que suelen lastrar proyectos similares de unir varias historias en una misma película.


Nada más opuesto a ‘Relatos salvajes’ que ‘Saint Laurent’ (también en la Sección Oficial), biografía del famoso modisto Yves Saint Laurent, mitificado como los franceses saben hacer. El atractivo de verla radica en lo que le interese al espectador todo este mundo de alta costura, “glamour”, droga y homosexualidad refinada. No es mi caso. Aunque no deje de reconocer detalles de buen cineasta en la reconstrucción ambiental que lleva a cabo Bertrand Bonello e interpretativos en el protagonista, Gaspard Ulliel.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 18 de mayo de 2014).

Un Atom Egoyan en clave menor


No pasa Atom Egoyan por su mejor momento en relación con la crítica, que le tuvo en tiempos como uno de sus cineastas favoritos. Ese desapego se vio claramente el pasado año con ‘Devil’s Knot’ en Toronto y San Sebastián; va a volver a suceder con ‘Captives’, que acaba de presentar en la Sección Oficial de Cannes. La gélida, e incluso hostil, acogida que ha encontrado la película en el pase de Prensa resulta una señal inequívoca de por dónde van a ir los tiros. Me temo que esa “desconexión con el cine que predomina en el mundo”, que me comentaba un crítico norteamericano, va a prevalecer a raíz de su último título.

"Captives", de Atom Egoyan

Y, sin embargo, pese a sus debilidades y a algunas opciones equivocadas (como la excesiva música de Mychael Danna), en ‘Captives’ encontramos diversas características muy propias de Egoyan, y especialmente desde la que quizá sea su obra maestra, ‘El dulce porvenir’, que fue Espiga de Oro en la Semana de Valladolid: su preocupación por la infancia, su manera de reflejar la pérdida y la ausencia, su interés por los desequilibrios familiares o su forma de mezclar diferentes tiempos, en este caso con ochos años de distancia. Son los que tarda en reabrirse el caso de la desaparición de una niña, Cassandra, raptada del coche de su padre mientras este compraba una tarta en una pastelería de unas cataratas del Niágara rodeadas por la nieve. El desgarro que el hecho produce entre sus padres, la búsqueda incesante de él y el confinamiento que sufre la pequeña, ya adulta, va componiendo –en esos dos tramos citados– la trama de una película que no quedará en la zona más alta de la filmografía de Egoyan.

"Lejos de mi padre", de Keren Yedada

También de una niña ya adulta habla la muy valiosa película israelí ‘Lejos de mi padre’, de la realizadora Keren Yedada, cuya historia, en función de su brevedad y su capacidad de síntesis, les resumo con su sinopsis: “Moshe y Tami son pareja. Moshe tiene cincuenta años, Tami apenas ha entrado en la veintena. Viven una relación cruel y violenta, de la que Tami parece no poderse liberar. Moshe y Tami son padre e hija”. Un duro relato de incesto observado desde la terrible existencia de la hija, que une al amor que siente por su padre las consecuencias de una insoportable carga traumática, sufriendo de bulimia y de provocarse autolesiones, con cortes en un brazo que hacen rememorar ‘La herida’. Austera, concreta, con el escenario de la casa familiar como centro de buena parte de su metraje, ‘Lejos de mi padre’ (que llevará internacionalmente el título de ‘That Lovely Girl’) merece una consideración especial.

Está incluido el film israelí en la sección paralela Un Certain Regard, que se inaguraba con la franco alemana ‘Party Girl’, “opera prima” de sus tres realizadores y que narra con estilo semidocumental y desigual acierto la vida de una cabaretera de sesenta años a la que se le presenta la oportunidad de casarse con un admirador que la ha conocido en el club donde trabaja. Mayor interés posee ‘La chambre bleue’, donde el actor y director Mathieu Amalric se basa en un relato de Simenon para narrarnos el caso criminal de unos amantes acusados de asesinar a sus respectivas parejas. A base de los interrogatorios del juez y del posterior juicio, Amalric intenta entroncar con un cierto cine clásico francés de los años treinta y cuarenta, como demuestra su elección del formato casi cuadrado del 1:1.33 para sus imágenes, siempre presididas por ese estricto clasicismo formal.

Al igual que Un Certain Regard, y curiosamente el mismo día y a la misma hora (lo que resultaría imperdonable en otros Festivales que no fueran Cannes), se han puesto ya en marcha otras habituales secciones paralelas como la Semana de la Crítica y la Quincena de Realizadores. Concretamente, en la inauguración de esta irrumpieron sobre el escenario un grupo de trabajadores discontinuos del espectáculo que están luchando por un nuevo convenio, arrebataron el micrófono al director de la muestra y leyeron un amplio manifiesto, acompañado por carteles reivindicativos, pero todo muy civilizado. Ayer, 15 de mayo, era día de numerosas huelgas en Francia y, por mucho que lo intenten, Cannes no se puede aislar del mundo.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, 17 de mayo de 2014).


"El sol es Dios", para Turner y Leigh


Se esperaba con mucho interés lo que un cineasta como Mike Leigh, tan apegado al realismo más inmediato y a las técnicas de improvisación con sus habituales actores, habría hecho con la biografía (la primera de toda su carrera) de un famoso pintor como el británico J.M.W. Turner. La respuesta es ‘Mr. Turner’, un ambicioso proyecto cuyas características de producción resume el propio Leigh: “La película ha costado 10,3 millones de euros; la investigación y la preparación han durado más de tres años; los ensayos, 24 semanas; el rodaje, 16, y la posproducción, 20. El problema consistía en realizar una reconstrucción histórica adecuada en el plano visual con un presupuesto insuficiente”. Quizá “insuficiente”, pero que para sí querrían muchos realizadores europeos y, en concreto, españoles.

Timothy Spall, en el papel de J.M.W. Turner

Evocar los últimos veinticinco años de la vida de Turner, el pintor de los suaves amaneceres y puestas de sol, de los naufragios y el mar rebelde, le ha llevado a Leigh dos horas y media. Son demasiadas para un film que necesitaría de un montaje más selectivo que eliminase unos veinte minutos. Ya sé que esta impresión se tiene a menudo en los festivales, porque la acumulación de imágenes acaba pesando sobre el espectador. Pero no es este el caso, porque acabamos de empezar el certamen y, de hecho, ‘Mr. Turner’ llega como el primer título de la Competición Oficial.

Dejando aparte tal exceso de metraje, la película revela el interés de Leigh por llevar el agua a su molino; es decir, por aplicar a un relato del siglo XIX el mismo estilo de sus crónicas contemporáneas, tipo ‘Secretos y mentiras’ o ‘Another Year’. No hay en el film nada de heroico o extraordinario en la trayectoria de Turner: todo lo contrario, lo muestra como una persona desabrida, bastante elemental y primitiva en su comportamiento cotidiano, que expresa a menudo con gruñidos guturales. Pero, eso sí, con una capacidad especial para mirar la naturaleza y, de manera específica, los paisajes marinos en su fluctuante relación con la luz, lo que Leigh refleja con belleza. De hecho, las últimas palabras del agreste pintor antes de morir serán “¡El sol es Dios!”, rindiendo así tributo a lo que había caracterizado su obra. Que, poco antes, se había negado a vender en su totalidad a un comprador privado, manteniendo que ese legado artístico sería para el Estado con el fin de que lo pusiera, gratis, a disposición del pueblo. Postura en beneficio de lo público que, casi dos siglos después, ha sido saludada con aplausos por el auditorio del Gran Teatro Lumière, principal sala del Festival.

Por el contrario, y pese a la actualidad de los acontecimientos, poca expectación ha despertado el documental ‘Agua plateada. Autorretrato sirio’, de Ossama Mohammed y Wiam Simav Bedirxan, compuesto por a menudo tremendas imágenes sobre el conflicto de Siria recogidas de You Tube o filmadas por aficionados. Pero esa fuerza de testimonio visual queda casi anulada por un texto que juega a la “autoría” complaciente, a una fastidiosa línea que va entre ‘Hiroshima mon amour’, el lirismo y la pedantería. Plantearse gravemente, en medio de tanta sangre y tortura, cosas como “¿qué es el cine?”, tiene delito… ¡Cuánto daño han hecho los teóricos y críticos franceses sobre lo que debe ser un documental!

"Tombuctú", de Abderrahmane Sissako

Afortunadamente, no juega a eso ‘Tombuctú’, de Abderrahmane Sissako, única película africana a concurso. La toma de la ciudad por un grupo yihadista provoca el sometimiento a un extremismo religioso, que exige que las mujeres oculten también sus manos y sus tobillos o que se prohíba incluso cualquier tipo de música o de deporte y el consumo de tabaco. Parece que este año Cannes nos va a poner en contacto con una serie de conflictos latentes en nuestro mundo: ‘Tombuctú’ lo hace no solo desde la denuncia de la intolerancia, sino también del cuidado de la imagen, como muestra –por ejemplo– un partido de fútbol jugado por niños sin balón o la visión panorámica de una pelea mortal en un río. Y ante situaciones como las aquí descritas, siempre me hago la misma pregunta: ¿quiénes venden o dan armas a estas brigadas fanáticas; quiénes les sustentan económicamente para que sigan actuando con tanta impunidad?

(Publicado por "El Norte de Castilla" de Valladolid, 16 de mayo de 2014).