"La herida", de Fernando Franco: Palabras para Ana



Cada vez, Ana, que te cortas en tus brazos o en tus piernas con una cuchilla o una tijera, lloras. Cada vez que te quemas con un cigarrillo, lloras. Lloras de rabia e impotencia. Lloras porque te sientes ajena a un mundo que no entiendes, perdida entre unas reacciones tuyas que no puedes ni sabes dominar y que castigas. Tu vida es un infierno cotidiano, una incesante crisis de ansiedad que te devora en cualquier instante del día, al menor contratiempo. Solo Jaime, tu compañero de ambulancia, te hace reír en ocasiones; solo te sientes relajada con tus enfermos, con ese Martín desfalleciente que bromea con que, si te casaras con él, “te trataría como a una reina”; o con Elena, que te cuenta a su manera su viaje a París. En la oscura soledad de tu habitación, sí te comunicas con Absurd Man 75, con quien “chateas” sobre vuestra mutua desesperación y un posible suicidio compartido. Pero eso no basta, no puede bastar, porque tu madre tiene una “actitud cobarde” que soportas mal, por mucho que le regales un pañuelo de cumpleaños y alguna vez te juntes en un abrazo a ella. Y, sobre todo, porque compruebas que Álex, tu novio, ya no puede más, ya es incapaz de superar tus desplantes y tus insultos, ha dado finalmente la batalla por perdida.

Te conocemos, Ana, gracias a la impresionante película de Fernando Franco y a la magnética, inolvidable interpretación de Marian Álvarez. Te conocemos y te queremos, aunque tú probablemente nos rechazaras, como a Sandra, tu compañera de instituto, de la que no aguantas que te avise de que “no empieces” con actitudes que parecen venir de bastante atrás. O como a ese ligón del “party”, con el que te diviertes haciéndote pasar por muda hasta que se hace eco de lo que dice Jaime, de que “contigo nunca se sabe”, frase que te perturba y enfurece, haciéndote golpear las paredes con rabia. O como a tu propio padre, pese a que has hecho el esfuerzo de ir hasta esa nueva boda suya en la que te sientes más extraña que nunca, y a quien acabas insultando, quizá como reflejo de duras brumas del pasado.

¿Te suenan, Ana, estas palabras, que José Agustín Goytisolo escribió para su hija Julia y que escuchamos con la música de Paco Ibáñez?: “Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido…”. Parecen dedicadas a ti, a tu angustia, a tus sensaciones al levantarte cada mañana. Pero también Goytisolo le señalaba a Julia que “nunca te entregues ni te apartes, junto al camino nunca digas no puedo más y aquí me quedo”. Es lo que yo creo ver en tu último llanto, que me resulta liberador, tan distinto de los que te brotaban al infligirte las heridas. Acabas de comprarte un coche y estás en contacto con la naturaleza, con la nieve, no con esos paisajes mudos que, como en el tren camino hacia la boda, acompañaban tu silencio. Tu bloqueo se rompe libremente en sollozos por primera vez y percibo que ante ti se abre un cierto o incierto horizonte de esperanza. Al menos, así quiero entenderlo al revivir tu imagen final.

Aseguran, Ana, que tienes una enfermedad que llaman “trastorno limite de personalidad”, y es muy posible que tengan razón. Pero, entre esos cigarrillos que fumas compulsivamente, yo te veo más enferma de soledad, de incomprensión de y ante un mundo que se te revela hostil. Siempre estás al borde de que las cosas vayan mejor, pero algo acaba quebrándolo una y otra vez. Como se quebraba aquel pequeño unicornio de “El zoo de cristal” en que una muchacha coja simbolizaba sus ilusiones, en el que veía reflejado su desvalimiento y necesidad de cariño. Pero es precisamente cuando la pequeña figura de vidrio cae y se rompe su cuerno mítico, cuando ella imagina que es un signo de que su futuro va a ser como el de los demás, sin que le condicione ya su minusvalía. Tú no tienes un unicornio, sino un acuario en cuyas paredes los peces se sienten tan presos como tú en el mundo cotidiano, e incluso tu signo distintivo en el “chat” es uno de esos pececitos. Deberías sentirte también así, como aquella Laura que Tennessee Williams creó y que ahora, tanto tiempo después, tan distante geográfica y socialmente, ojalá se repita en ti.

Resiste, Ana, resiste. Por mucho que te cueste, por ardua que sea la tarea. Solo quien resiste acaba venciendo. Y tú lo vas a conseguir.

(Publicado en el "Extra" de "Turia" de Valencia, dedicado a sus Premios anuales, julio de 2014).





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