Lo largo y lo corto


El alto nivel de la Sección Oficial del 11 Festival de Cine Europeo de Sevilla quedó reflejado en un palmarés coherente y equilibrado, en el que los principales premios fueron para la sueca Turist, de Ruben Östlund; la británica Mr.Turner, de Mike Leigh; la israelí The Kindergarten Teacher, de Nadav Lapid; la italiana Le meraviglie, de Alice Rohrwacher, y la rusa Leviathan, de Andrei Zvyagintsev. Pero no me voy a referir a ellas, porque en los próximos meses irán teniendo su estreno comercial y la Turia les dedicará sus correspondientes reseñas críticas, por lo que les quedarán a ustedes más cercanas. Valga con decir por ahora que todas son muy recomendables.

Me centraré, por tanto, en dos títulos que no estaban en competición y que, curiosamente, eran los de mayor metraje del certamen: Heimat, la otra tierra, de Edgar Reitz, y National Gallery, documental de Frederick Wiseman. Casi cuatro horas y tres horas duran, respectivamente, y entre sus múltiples virtudes, poseen la de poner en cuestión la duración real o subjetiva de una obra cinematográfica: pese a tal duración ambas se hacían cortas, mientras que un cortometraje de diez minutos se puede convertir en algo muy largo… El tiempo sobre la pantalla resulta un concepto muy flexible y lo que importa de verdad no es el dato de los minutos consumidos, sino la adecuación entre las necesidades de lo que se cuenta y su desarrollo en imágenes.

"Heimat, la otra tierra", de Edgar Reitz

Heimat, la otra tierra continúa la saga más amplia de la historia del cine, la que Edgar Reitz comenzase con sus 15 horas y 24 minutos en 1984 (ese mismo año se presentaba íntegra en España dentro del Festival de Valladolid) y que ha proseguido a través de cuatro entregas más de similares características. La última, en vez de continuar esa saga, la precede; se trata de una “precuela” que se sitúa en 1840, con la emigración hacia América –y más concretamente, Brasil– en primer término. Mientras que el relato inicial arrancaba en 1919, centrándose siempre en la familia Simon, que habita en un pueblecito de la región agrícola del Hunsrück, en Renania. Y será a través de los avatares de ese amplio núcleo familiar como iremos recorriendo la historia personal y colectiva de Alemania, en un recorrido que no tiene parangón en cualquier otra cinematografía.

"National Gallery", de Frederick Wiseman

Por su parte, National Gallery supone otra incursión del maestro Frederick Wiseman en una institución cultural de máximo nivel, en este caso el célebre museo londinense. Desde las reuniones de su patronato y su equipo directivo hasta las tareas de difusión de las obras artísticas que realiza su equipo de expertos, pasando por las labores de restauración de cuadros o de preparación de exposiciones, asistimos a una verdadera radiografía de la National Gallery para conocerla mejor que si fuéramos allí una y otra vez. Y solo en tres horas...

(Publicado en "Turia" de Valencia, noviembre de 2014).



25 años de Eurimages


Habrán visto su logotipo (la palabra EURIMAGES atravesada por la estela azul de dos estrellas amarillas que se elevan al cielo) en los títulos de crédito de muchas películas. Pero quizá no sepan exactamente a qué corresponde tal grafismo. Pues bien, se trata de un Fondo de Coproducción cinematográfica auspiciado por el Consejo de Europa y radicado en Estrasburgo, en el que participan actualmente 36 países de nuestro continente, estén o no en la Unión Europea. Con una dotación aproximada de veinticinco millones de euros anuales, aportados en su mayoría por esos países en función del volumen de su industria audiovisual, Eurimages se ha convertido en un instrumento necesario para el desarrollo de las cinematografías europeas. Se completa con el Programa MEDIA, incluido en el más genérico de Europa Creativa, radicado en Bruselas, cuyo objetivo es favorecer la distribución y exhibición de los films de los países de la Unión.

Creado en 1988, aunque operativo desde el año siguiente, como alternativa a la invasión de las películas de Hollywood, Eurimages ha apoyado desde su nacimiento hasta ahora a 1.619 coproducciones –de, al menos, dos países– con un total de 492 millones de euros. No son subvenciones a fondo perdido, sino créditos que hay que devolver si el film obtiene beneficios, aunque la verdad es que no demasiadas veces se llega a este reembolso. Valga el caso español: de las doscientas películas de nuestro país que han logrado el respaldo de Eurimages (el 10% de ellas de una misma productora, Tornasol Films), tan solo una ha devuelto su crédito, Mar adentro

Suelen presentarse unos 180 proyectos cada año a lo largo de cuatro convocatorias, y “aprueban” habitualmente la mitad de ellos por decisión del Comité en el que están representados todos los países que integran el Fondo, tras un análisis de los guiones por grupos de “expertos” y de los proyectos en su conjunto por grupos de producción. No se puede conceder una ayuda que supere el 17% del presupuesto de la película ni mayor de 500.000 euros. Eurimages quiere abrirse en un futuro a países no incluidos en la órbita europea, como Canadá o Israel, y a proyectos innovadores donde no se valore tanto el guion en concreto sino el concepto global que lo inspira, así como a series de internet e incluso videojuegos.

Se habló de todo ello en la Sesión Informativa que organizó hace unos días el ICAA y que conmemoraba el cuarto de siglo del Programa. Acudieron a la cita el italiano Roberto Olla, Director Ejecutivo de Eurimages, y sus colaboradores españoles Isabel Castro y Sergio García de Leániz, quienes mantuvieron un debate con los asistentes. Aparte de datos y cifras como los mencionados, algo quedó muy claro: el cine europeo necesita estar unido al máximo si quiere prevalecer en un panorama tan problemático como el actual.

(Publicado en "Turia" de Valencia, noviembre de 2014).

Robert y Ariane



Robert Guédiguian y Ariane Ascaride han pasado por Madrid con motivo de la muestra “Tu cita con el cine francés”, que organizaba Unifrance. El TAI (una espléndida Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos) aprovechó la ocasión para que el director y la actriz –que ha trabajado en dieciocho de sus diecinueve películas, además de ser su mujer– mantuvieran un amplio coloquio con los alumnos del centro, bien moderado por el crítico Carlos Reviriego. Y así, a lo largo de más de hora y media de intenso diálogo, tuvimos ocasión de escuchar a los creadores de películas como Marius y Jeannette, La ciudad está tranquila o Las nieves del Kilimanjaro.

Venían para presentar su penúltimo trabajo, Au fil d’Ariane (que en España llevará el título de El cumpleaños de Ariane), en una pausa del montaje del último, Une histoire de fou, situado en el contexto del genocidio armenio. Porque las raíces de Guédigian se hallan en ese país, al que ya dedicó en 2006 Le voyage en Arménie. Con lo que tras la “fantasía sobre la realidad; una fantasía donde todo puede ocurrir” que supone la citada Au fil d’Ariane, vuelve a la línea dramática –en este caso, sobre una masacre histórica– que ha caracterizado su filmografía, sin desdeñar por ello la comedia en varias ocasiones. Llevado de su formación sociológica y su vocación política, el realizador marsellés se ha erigido desde un principio en portavoz y defensor de la clase obrera, especialmente de la que mejor conoce desde su infancia: la que lucha, sufre y convive en la zona portuaria de L’Estaque en esa ciudad.

Empleando el doble sentido de la preposición “pour” en francés, Guédiguian afirma que hace cine “para el público y en el lugar del público”, aunque reconoce una clara evolución en su obra, que ha pasado “del grito a la voz”, donde “cada personaje encarna una idea, para que haya debate, para que se establezca una dialéctica enriquecedora”. Él no ha cambiado, “ha cambiado el mundo, la conciencia política ha desaparecido”, y han surgido múltiples contradicciones dentro de la propia clase obrera, que Las nieves del Kilimanjaro, por ejemplo, muestra nítidamente. “Nos lo pueden quitar todo, pero nunca la posibilidad de soñar, porque esa es la condición necesaria para cambiar el mundo”, concluyó el cineasta.


Además de compartir estas opiniones, Ariane veía el germen de su labor de actriz en una sensación que tenía de niña: “No entendía que solo tuviéramos una vida…”. Y defendió dos aspectos básicos en la interpretación. Por una parte, la decisiva importancia de trabajar sobre el propio cuerpo, ya que “un actor ejecuta gamas musicales con él”; de otra, que no existan “relaciones de fuerza” en un rodaje, porque el director “nunca debe imponer la idea del personaje, sino explicarla y motivarla”. A su lado, Robert asentía complacido.

(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2014).

Cine español: Más luces que sombras


Pese a la realidad del muy difícil momento actual, el balance de los últimos veinticinco años del cine español arroja más luces que sombras. Hay en este periodo un cúmulo de hechos positivos que trataremos de ir desgranando en el limitado espacio del presente artículo, aun con el inevitable riesgo de no abarcarlos todos. Pero, mirado con perspectiva, el último cuarto de siglo nos ha dejado un cine español más maduro, más diversificado y con mayor calidad que en etapas precedentes. Los árboles de la crisis de los últimos años no deben ocultarnos el bosque de un avance significativo.

Alejandro Amenábar, con el Oscar recibido en 2005

Quizá lo más detonante es el reconocimiento internacional de nuestro cine, expresado en premios en festivales o en galardones como los Oscar, junto a una fuerte estima hacia una serie de profesionales de primera línea. Si por su resonancia mundial e industrial comenzamos fijándonos en la cita anual de Hollywood, España figura, con Francia e Italia, en el grupo de cabeza de los países que han recibido la estatuilla a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Fueron lográndola sucesivamente –tras la estela de Volver a empezar, de José Luis Garci, en 1983– Belle Epoque, de Fernando Trueba, diez años después; Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, en 2000; Mar adentro, de Alejandro Amenábar, en 2005, y ya en esta década una coproducción como El secreto de sus ojos, del argentino Juan José Campanella, además de al Mejor Guion Original que obtuviese el propio Almodóvar en 2003 por Hable con ella. Si a ello unimos los Oscars de Javier Bardem y Penélope Cruz como intérpretes de reparto, los de carácter “técnico” para El laberinto del fauno, las tres nominaciones para la música de Alberto Iglesias y para seis cortometrajes o la del film de animación Chico y Rita, comprobaremos que no nos ha ido nada mal en la ceremonia de Los Ángeles.

¿Se han aprovechado estos premios para una promoción global del cine español en el exterior? Evidentemente no, pese a diversas iniciativas públicas y privadas, porque una “asignatura pendiente” sigue siendo la promoción, tanto hacia fuera como hacia el interior de nuestro propio país. Como se deduce del pequeño listado anterior, contamos con varios nombres con peso específico, encabezados por Almodóvar como máxima referencia internacional. Que ha logrado también en buena parte por sus éxitos en el Festival de Cannes con títulos de la resonancia de Todo sobre mi madre o Volver, aunque en ambos casos se le “escapara” por muy poco la Palma de Oro. Si a su nombre, y además de los ya mencionados, unimos los de Saura, Camus, Patino, Gutiérrez Aragón, Suárez, Armendáriz, Aranda, Uribe, Álex de la Iglesia, Bigas Luna, José Luis Cuerda, Villaronga, Ventura Pons, Fernando León, Jaime Rosales, Martín Cuenca, Guerín, Urbizu, Isaki Lacuesta, Javier Fesser, Daniel Monzón, Pablo Berger o David Trueba, por citar a otros destacados en certámenes como Venecia, Berlín y San Sebastián, o en los Premios Goya, obtendremos un panorama sumamente satisfactorio.

Reconocimientos aparte, muchas cosas han transformado el cine español en estos veinticinco años. Destacaré dos: de una parte, la extensión “centrífuga” de nuestra producción a otros centros que no fueran los tradicionales de Madrid y Barcelona, una consecuencia lógica del Estado de las Autonomías, que también se ha traducido en la plausible existencia de Filmotecas Regionales. Así, en Euskadi fue surgiendo un núcleo importante de nuevos realizadores, caso de Julio Medem, los citados Urbizu y De la Iglesia, Juanma Bajo Ulloa o Borja Cobeaga. Y en Andalucía, con Benito Zambrano, Alberto Rodríguez o Santi Amodeo. También, aunque en menor medida, en Galicia o la Comunidad Valenciana, pese al fiasco en ella de la Ciudad de la Luz.

"Els nens salvatges", de Patricia Ferreira (2012)

El otro hecho que creo decisivo es la incorporación de la mujer a las tareas directivas, muy definitorio de la década de los noventa (con Isabel Coixet, Icíar Bollaín, Ana Díez, Patricia Ferreira, Inés París, Chus Gutiérrez o Judith Colell), siguiendo el difícil camino que trazaron en su día Josefina Molina, Pilar Miró y Cecilia Bartolomé. El problema es que esa significativa incorporación tras la cámara –paralela a la de la mujer española en otras múltiples facetas– se ha ralentizado en las décadas siguientes, suponiendo tan solo un 8% en el conjunto de la profesión. De ahí que CIMA, la combativa Asociación de Mujeres Cineastas creada en 2006, tenga mucho trabajo por delante en su empeño por romper este “techo de cristal”.

Todo esto se producía paulatinamente mientras se generaba una profunda desafección del público español hacia nuestras propias películas. No ya porque continuara el despectivo concepto histórico de “la españolada”, sino por un conjunto de factores, desde el abandono progresivo de unas salas de exhibición que se trasladaban del centro de las ciudades a la periferia, convertidas en multisalas a las que acuden sobre todo adolescentes que buscan consumir productos norteamericanos, hasta las enormes dificultades para posicionarse entre ellos dentro de un mercado altamente colonizado. También esa desafección tiene un motivo coyuntural: el rechazo ideológico de parte de la población a raíz de la ceremonia de los Goya de 2003, cuando el cine español se expresó pública y libremente contra la inclusión de España en la Guerra de Irak, decidida por el Gobierno Aznar. Desde entonces, se exacerbó la falsa polémica de las subvenciones a nuestro cine, cuando en realidad son infinitamente menores que las que reciben numerosos sectores e incluso de las percibidas por otras cinematografías del entorno europeo, partícipes de esa “excepción cultural” en que se enmarcan todas ellas.

Rodaje, en 2013, de "Ocho apellidos vascos", de Emilio Martínez Lázaro

Ese desapego generalizado hacia las películas españolas no ha impedido, por supuesto, la existencia de grandes éxitos comerciales en este periodo. Films como Los otros, de Amenábar (inicio de una clara preferencia hacia el género “fantástico” por parte de los jóvenes cineastas); las diversas entregas del personaje de Torrente, de Santiago Segura; El orfanato y Lo imposible, de Juan Antonio Bayona, o el espectacular éxito de Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro, convertido en un auténtico fenómeno sociológico con sus casi diez millones de espectadores, demuestran que, pese a todo, el público español se siente cada cierto tiempo muy atraído por un título nacional. Igual que, en un ámbito más genéricamente audiovisual, reacciona ante determinadas series televisivas, creadas a menudo por los mismos excelentes profesionales, actores y técnicos, que hacen el cine.

Hitos taquilleros que consiguen subir nuestra exigua cuota de mercado, habitualmente situada entre el 12 y el 15% anual, pero que no crean una verdadera industria, que sigue muy atomizada, escasa de recursos financieros y sin posibilidades de plantear políticas de producción a medio o largo plazo, también dañada por el creciente auge de la piratería. A la hora de abordar sus películas, tal debilidad le obliga a una excesiva dependencia de las televisiones, especialmente las privadas, que se convirtieron en productoras desde que, en 1999, se vieron obligadas por ley a invertir el 5% de sus ingresos (6% para las públicas desde 2010) en producción cinematográfica. Medida justificada e imprescindible, pero que ha creado una muy desigual concurrencia entre las empresas independientes y aquellas vinculadas a los operadores televisivos, quienes gozan además de una capacidad de promoción incomparable.

Contra esa desigualdad, entre otras cosas, se originó la actual Ley del Cine, aprobada por unanimidad del Congreso de los Diputados en diciembre de 2007. Si en su momento fue muy discutida y criticada, se ha revelado como necesaria para resistir en lo posible a los estragos que el cine español, y la cultura en general, viene sufriendo desde 2012 a consecuencia de una política gubernamental devastadora en aspectos como la subida del IVA al 21% o la carencia de nuevos incentivos fiscales. Primero fue la obligada equiparación con la legislación europea que, en el ámbito audiovisual, tuvo lugar en los noventa, durante la etapa de Carmen Alborch como ministra de Cultura. Después, la Ley de 2001, reemplazada por la que se elaborase seis años más tarde, con Carmen Calvo y César Antonio Molina en ese mismo cargo, y que continúa demostrando su gran utilidad en estos momentos. Pese a su inadecuada reglamentación a través de la Orden Ministerial de octubre de 2009, que contradice varios de sus principios básicos…

Bárbara Lennie, en "Magical Girl", Concha de Oro del Festival de San Sebastián de 2014

¿Otros hechos positivos del periodo?: la consolidación de la Academia de Cine y de sus Goyas, incluso a efectos comerciales, al tiempo que de Festivales como San Sebastián, Valladolid, Sevilla y Málaga, especializado en la producción española; la formación impartida por dos Escuelas de Cine, la ECAM y la ESCAC; el auge de los documentales y la animación, o el papel jugado por el Programa Ibermedia en el terreno cada vez más decisivo de la coproducción, en su caso con Latinoamérica. Y, en medio de todas las dificultades, el llamado “Otro Cine Español”, de escasos recursos económicos o incluso autofinanciado, donde confluyen nombres como Javier Rebollo, Isaki Lacuesta, Fernando Franco, Mar Coll, Carlos Vermut, Alberto Morais, Jonás Trueba, Neus Ballús o Lois Patiño, con películas que atraviesan a menudo la frontera entre lo documental y la ficción, también un signo distintivo de la época.

Fernando Fernán Gómez, fallecido en 2007

No sería justo finalizar este balance sin el recuerdo hacia figuras irrepetibles que fueron desapareciendo desde 1989: Bardem, Berlanga, Azcona, Querejeta, Matas, Fernán Gómez, Rabal, Fernando Rey, López Vázquez, Agustín González, Manuel Alexandre, Alfredo Landa, Sara Montiel, Amparo Rivelles…, y numerosas más de primera magnitud. Siempre permanecerán en nuestra memoria.

(Publicado en el volumen que "El Mundo" 
dedicó a su 25 Aniversario, 23 de octubre de 2014).


Los "cuatro ojos" de los Dardenne


"Dos días y una noche", de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Es un gran acierto de la Semana de Cine abrir la programación oficial de su 59 edición con ‘Dos días, una noche’, la última película de Jean-Pierre y Luc Dardenne. Porque se trata de una de las películas más significativas –si no, la que más– de esta temporada y la que mejor refleja la situación social que se está viviendo en Europa. Viejos conocidos del Festival, al que acudieron por primera vez en 1996 y lograron la Espiga de Oro con ‘La promesa’ (su tercer largometraje, que supuso su carta de presentación en España), la Semana ha ido siguiendo su filmografía de manera continuada, que ahora renueva.

Decía hace unos días Rafael Chirbes, con motivo de la concesión del Premio Nacional de Narrativa por “En la orilla”, que “no es difícil escribir sobre el presente, solo depende de dónde te coloques”. Esa es la cuestión esencial: desde donde aplicas la mirada a la realidad que deseas contar, cuál es el ángulo elegido para reflejarla de forma que sea al tiempo verosímil y creativa. En el caso de los Dardenne ese posicionamiento resulta diáfano, y lo viene siendo en los últimos casi treinta años, desde que rodasen ‘Falsch’ en 1986, precedida por varios documentales. Es el ángulo desde el que contemplan la vida de los desfavorecidos, de las víctimas, de los humillados y ofendidos por un sistema injusto y que posterga al ser humano por debajo de sus posibilidades y sus sueños. Es un profundo humanismo, digno de la mejor tradición europea, el que subyace siempre a sus imágenes.

Pero, pese a que lo asegure Chirbes, no parece precisamente fácil reflejar lo real. Otro reciente premiado (Patrick Modiano, con el Premio Nobel) hablaba de su convicción de que “la actualidad está demasiado próxima para que se convierta en un trabajo literario”. Desde una perspectiva cinematográfica, los Dardenne desmienten una y otra afirmación de ambos escritores. Lo que ellos hacen consiste precisamente en asomarse a nuestras circunstancias diarias para expresarlas diáfanamente y profundizar en ellas con una facilidad que produce asombro. Sin maniqueísmos, sin miserabilismos, sin esquemas preconcebidos; solo con la lucidez de quienes saben hacer pasar la luz a través de los muros de la realidad.

Y lo logran con un lenguaje cinematográfico de la máxima valía, con un estilo propio que han convertido en referencia general y que han seguido muchos jóvenes realizadores. Repásense la citada ‘La promesa’, ‘Rosetta’, ‘El hijo’, ‘El niño’, ‘El silencio de Lorna’ o la más reciente ‘El niño de la bicicleta’, hasta llegar a ‘Dos días, una noche’, y se comprobará cómo participan de un mismo estilo basado en la claridad creativa y, a la vez, de ese extremo desafío de hacer fácil lo difícil. Sus largos planos-secuencia siguiendo a los personajes, la estrecha interrelación de la cámara con los actores, la intensidad con que estos son dirigidos, constituyen una muy personal “marca de la casa”. Incluso esos planos en los que la cámara va continuadamente a la espalda de los actores –iniciados en ‘Rosetta’– se han convertido en la jerga cinematográfica en “rodar un plano a lo Dardenne”...

Felizmente, vuelven a Valladolid estos cineastas-hermanos tan peculiares (un caso creo que único en la historia del medio), dos veces Palma de Oro en Cannes, que se autodefinen como “un director con cuatro ojos”. Vuelven a un Festival que siempre les acoge como en casa. Para demostrarnos, de nuevo, que con esos “cuatro ojos” se ve más a fondo que con dos.

(Publicado en "El Norte de Castilla" de Valladolid, dentro del suplemento 
dedicado a la 59 Semana  Internacional de Cine, 18 de octubre de 2014).



Uso y abuso de la música


Recibo el programa de una entidad musical para la temporada 2014-2015: de los diez conciertos sinfónicos previstos, tres están dedicados a la música de cine. Algo impensable hace tan solo unos años, cuando este género de composiciones era considerado como de segunda división. Puede fastidiar que una excesiva mayoría de las bandas sonoras seleccionadas correspondan en este caso –y en muchos otros– a películas norteamericanas, pero tampoco faltan iniciativas que incluyen títulos europeos y españoles. La música de cine ha tomado carta de naturaleza, ya no se le mira con desdén por parte de las instancias “cultas” y va siendo apreciada en su justo valor.

Bien es verdad que se trata de una música “al servicio de”, de una historia, de unos personajes, del estilo marcado por el director. De ahí que estos conciertos resulten mucho más atractivos cuando son acompañados por las imágenes por y para las que nacieron. Porque si se ofrecen sin ellas, las notas quedan como huérfanas, algo perdidas, carentes de su verdadera potencia expresiva. Por eso, los programas suelen estar compuestos por films muy conocidos, para que el público complete con su imaginación lo que no se le está ofreciendo ante sus ojos.

Y es que la capacidad evocadora de la música de cine, como la de todas las músicas, resulta extraordinaria. Hagan un pequeño experimento: traten de recordar sus escenas cinematográficas de referencia, las que más les hayan gustado, impresionado o quedado en la memoria. Difícilmente no irán unidas a una determinada melodía, a un tema musical o a una canción, pegadas de manera indisoluble a las imágenes que están evocando. Esa es la adecuada, la perfecta fusión entre dos lenguajes que, en tales casos, se revelan como complementarios y se enriquecen mutuamente. No es cierto que la buena música de cine sea aquella que el espectador no percibe, como se ha dicho tantas veces desde la ortodoxia teórica, sino la que sabe ocupar su lugar dentro del desarrollo de un relato, incluso convirtiéndose en protagonista si este así lo requiere.

"Isabel", serie de Televisión Española


Por el contrario, en muchas de las películas y, sobre todo, de las series televisivas que se están haciendo en España lo que se da es un torpe abuso y saturación de la música, que suena y atruena sin pausa y sin mayor sentido que el de “tapar” presuntos tiempos muertos (que es para lo que tantas veces se han empleado las partituras). El récord lo detenta hoy la serie Isabel, elogiable por otros varios motivos pero cuya música, a menudo coral, resulta machacona, injustificada e insoportable. Hagan un nuevo experimento: vean alguno de sus capítulos justo después de otro de Boardwalk Empire, por ejemplo, y notarán claramente lo que quiero decir.

"Boardwalk Empire", serie de HBO

(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2014).

Protagonista, el público


Probablemente, de todos los Festivales que hay en el mundo, es el de San Sebastián el que cuenta con una mayor presencia del público. Resulta impresionante ver las interminables filas que, con mucha antelación respecto a la hora de proyección, se forman ante las numerosas salas que ocupa el certamen. Sea la sección que sea (aunque con lógica preferencia hacia la Oficial), sea el ciclo que se programe por minoritario que parezca, allí están centenares de espectadores dispuestos a compartir su pasión favorita: ver cine. Gentes de todas las edades, desde las señoras donostiarras de toda la vida hasta los jóvenes más “frikis”, se dan cita para disfrutar de un espectáculo que les convoca durante nueve días al año en la segunda quincena de septiembre. Algo que llama poderosamente la atención, y más aún a quienes vienen desde otras latitudes.


En la pasada edición fueron 160.000 esos espectadores, y en la que acaba de terminar parece que ha habido un aumento de en torno al 10%, con un nivel de ocupación de los cines nada menos que del 95%. Piénsese que estamos hablando de una ciudad que no llega a los 200.000 habitantes, aunque es cierto que con este motivo muchas personas se desplazan especialmente hasta San Sebastián. También la Berlinale, por ejemplo, cuenta con una masiva asistencia de público, pero existen evidentes diferencias a la hora de comparar el volumen de población. Y el agobiante Cannes es otra cosa, porque allí son los profesionales del cine –en sus muy diversas facetas– los que llenan básicamente las salas.

Quienes siempre hemos defendido la existencia del cine como un arte eminentemente popular, quienes nos oponemos a los apocalípticos que decretan cada dos por tres su muerte, ir al Festival de San Sebastián supone un alivio y una confirmación de estos principios. Puede variar en cada edición el nivel de la programación (que este año considero alto, pero tal estimación global la dejo en manos de Lloréns unas páginas más adelante); puede resultar más o menos atractiva la oferta planteada, pero ahí estará el público donostiarra dispuesto a conocerla y valorarla. Haga frío o calor, llueva o luzca el sol, siempre se puede contar con él.


Pero no solo cabe destacar esa fidelidad y entrega, sino también su respeto y cordialidad hacia las películas y cuantos las hacen. No me refiero ya a la “alfombra roja” y los “fans” que piden autógrafos o –ahora mucho más– “selfies” con los famosos, aspectos que también necesita San Sebastián, sino a la manera en que se “respira” cada proyección. Y en todo ello hay algo decisivo: la excelente organización de que dispone el Festival, con José Luis Rebordinos a la cabeza de un entusiasta y muy preparado equipo.

(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2014).