En la Real Academia


Ingreso de Manuel Gutiérrez Aragón en la RAE

Ingresaba Manuel Gutiérrez Aragón el pasado domingo 24 en la Real Academia Española de la Lengua, y lo hacía con un excelente discurso titulado “En busca de la escritura fílmica”. Venía a ocupar el sillón F mayúscula, que anteriormente ocupase el inolvidable José Luis Sampedro. Con un salón de actos a rebosar, el solemne ritual acostumbrado y numerosos compañeros de profesión escuchándole, Gutiérrez Aragón es la tercera persona vinculada al cine que entra en la RAE, tras Fernando Fernán-Gómez y José Luis Borau. Escasa representación, vive Dios, casi tan exigua como la de mujeres entre los académicos, y en la que asombra no encontrar a Rafael Azcona, Luis García Berlanga o Carlos Saura, entre otros. Por tanto, muy bienvenido sea el nuevo “inmortal” a la docta casa.

Es Gutiérrez Aragón uno de los escasos cineastas españoles que teoriza sobre su trabajo, e incluso el último de sus libros está dedicado al mundo de los actores. Por ello, resulta lógico que su entrada en la Academia la haya hecho reflexionando sobre el lenguaje cinematográfico, “un lenguaje no natural al que el espectador se ha acostumbrado”, pero que nace de todo un complejo proceso de reconstrucción de la realidad. Así lo planteó Gutiérrez Aragón, como también que “la profesión de director de cine consiste en sobrevivir al caos”, dentro de un discurso elaborado con una estructura de “flash-backs”: la aproximación teórica a las relaciones entre el cine y la literatura se retrotraía con frecuencia a la etapa del hoy académico en la Escuela Oficial de Cinematografía de la madrileña calle Génova, con precisas descripciones de sus profesores y su sede o del ambiente en la cercana cafetería Bentaiga. Más atrás, retrocedía hasta la infancia y adolescencia cuando, en su Torrelavega natal, contaba a hermanos y primos “historias aterradoras que iba cambiando según la cara que ponían”, pero a quienes “recompensaba del sufrimiento con un final feliz”

Fue describiendo Gutiérrez Aragón su aprendizaje del lenguaje fílmico, su labor con los actores, la decisiva elección de dónde situar la cámara como portadora de la mirada del cineasta (“o se miraba desde uno mismo o no se veía nada”) y la fundamental tarea del montaje (“en la lectura, el ritmo lo marca el lector; en el cine, el ritmo lo marca el montaje”). Él, Gutiérrez Aragón, que parecía destinado al ámbito literario, a quien costó hacerse con los recursos fílmicos y que finalizó su intervención con estas palabras: “Hay algo que compartimos los narradores de toda clase de ficción. Para nosotros, los límites de lo posible son los límites de lo que puede ser contado”.
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Les recomiendo vivamente la lectura del discurso íntegro, como también de la acertada “Contestación” de José María Merino. Pueden encontrarlo en la página de la Real Academia (rae.es) o en la de “El País” (elpaís.com).

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2016).

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