Cine en español



Cambiaba este año de “fórmula” el Festival de Málaga: de “cine español” ha pasado a ser de “cine en español”, coincidiendo con su 20º Aniversario. Así, las producciones que antes estaban agrupadas en el llamado “Territorio Latinoamericano” han pasado a formar parte de la Competición Oficial aplicando un estricto equilibrio, dado que sobre un total de 18 títulos, 9 y 9 pertenecen a uno y otro lado del Atlántico. A la hora del palmarés que decida el Jurado presidido por Emilio Martínez-Lázaro, concurren en condiciones de igualdad, pero con una importante salvedad, ya que habrá dos Biznagas de Oro (máximo premio del certamen) en función de la procedencia de las películas, ya sean de aquí o de allende los mares.

El porqué de esta variación, que ha despertado y está despertando polémica en el propio Festival, lo explica su director, Juan Antonio Vigar: “Hoy ‘lo español’ tenemos que entenderlo como un espacio de confluencia cultural, como un marco de encuentro y desarrollo para más de una veintena de países, con casi 560 millones de personas –en cifras recientes del Instituto Cervantes– unidos por una lengua y cultura comunes, por una identidad que nos acerca y dimensiona en el ámbito internacional. Cambiamos para crecer, afianzándonos, sin embargo –curiosa paradoja–, en el apoyo a ‘nuestro’ cine. Solo que entendiendo el posesivo de una manera más amplia, generosa y, sobre todo, realista”. Como contrapartida, la potenciación de los “Spanish Screenings” de Málaga busca una mayor presencia del cine español en los mercados de fuera, especialmente los latinoamericanos. Tarea ardua donde las haya, puesto que si hay un panorama de colonización por parte de las compañías multinacionales mayor que entre nosotros, es todavía el que se da en México, Argentina, Colombia y el resto de los países del área.

También se baraja como motivo del cambio que el Festival intenta así fortalecer su programación, ya que muchas películas españolas relevantes no han acudido tradicionalmente a la cita de Málaga por estar pendientes de las diversas selecciones de Cannes o incluso esperar al otoño con San Sebastián, además de desconfiar del reclamo promocional que supone el certamen andaluz. En tal sentido, y por poner un ejemplo de este mismo año, resulta lamentable que un film de la excelencia de Incierta gloria, de Agustí Villaronga, se haya estrenado el propio día en que el Festival comenzaba y no haya optado a participar en él.


Durante las jornadas iniciales que he permanecido en Málaga, había gran expectación por evaluar si el enfoque de cine en español “progresaba adecuadamente”. Pero será Laura Pérez, la enviada especial de Turia, quien finalmente nos diga si ha funcionado la nueva fórmula y qué retoques precisa para el futuro, en el caso de que convenga hacerlos.

'Estiu 1993', de Carla Simón, Biznaga de Oro a la mejor película española

"Últimos días en La Habana", de Fernando Pérez, Biznaga de Oro a la mejor película iberoamericana

(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2017).

¿A qué llamamos cine español?


"El secreto de sus ojos", de Juan José Campanella

¿Es una película española El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, que obtuvo el Oscar a la Mejor Película de 2009 en habla no inglesa? ¿Es una película española Tio Boonmee recuerda sus vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul, ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 2010? ¿Es una película española La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, que logró el mismo premio tres años después? Oficialmente lo son, porque según la legislación vigente –no solo aquí, en toda Europa– si existe participación económica de la productora de un país en un determinado film, éste adquiere también la nacionalidad de quienes aportan dinero para hacer posible su realización. Pero todos diríamos que, inequívocamente, al evocar esos títulos estamos hablando de una película argentina, una tailandesa y una francesa, y que nada de español hay en ellas más que cierto capital.

Cuestión compleja esta de la nacionalidad del cine. Antes, estaba muy clarito. Pero a partir de la irrupción de las coproducciones y que se haya convertido en una fórmula tan habitual, el tema se ha vuelto difícil de precisar en buena parte de los casos. La necesidad de buscar financiación en diversos países y continentes, e incluso en organismos supranacionales como Eurimages, Media o Ibermedia, motiva que esa definición sea más complicada. ¿La deducimos de su producción mayoritaria, del origen de su director, del lugar de rodaje? Ninguna de esas posibilidades resulta suficiente ni satisfactoria, por lo que quizá haya que recurrir a una mezcla de todas ellas para determinar una nacionalidad creíble.

Hace ya años el Festival de Cannes decidió suprimir de sus catálogos la mención al país al que cada película pertenecía. Durante un tiempo había optado por concederla a la procedencia o bien de la producción mayoritaria o bien de la de su realizador, pero abandonó ambas fórmulas porque se prestaban a una continua confusión. Sin poner nacionalidad alguna, el problema se solventaba. Además, la propia historia del cine invitaba a seguir ese criterio: ¿no eran films norteamericanos los que conformaron la “edad dorada” de Hollywood, aquellos dirigidos por británicos, alemanes o austriacos, como Hitchcock, Lubitsch, Lang o Wilder? La creciente globalización del cine, con autores dispersos por las cinco esquinas del planeta, no ha hecho sino incrementar la complejidad del panorama. El internacionalismo, que parece cumplir un deseo utópico de la izquierda de toda la vida, resulta ya imparable en las imágenes.

Así las cosas, qué es lo que consideramos “cine español”. Para muchos, consiste en una etiqueta casi genérica que sirve demasiado a menudo para atacar a cuanto se hace entre nosotros. Para otros, un simple término para entendernos, igual que las tiendas de vídeo hacen con el fin de clasificar sus estanterías. Para la mayoría, una sencilla forma de “uso y costumbre” cuando se trata de repartir la producción mundial y hablar de la de aquí. Pero debe de haber algo más, algo que –en cierta forma– nos caracterice.

Meterse en procelosos terrenos de idiosincrasia, identidad colectiva y sentido de pertenencia (es decir, el “humus” del nacionalismo) no me parece lo más recomendable ni fructífero. Creo, por el contrario, que hay que referirse a la lógica y al sentido común. E incluso a la tautología: cine español es todo lo que nos parece cine español, más allá de clasificaciones administrativas. Ya sea por la composición de sus equipos creativos, artísticos y técnicos, ya sea por el lugar de nacimiento de su autor, ya sea por dónde está rodado, ya sea por la lengua empleada, o mejor por una fusión de todo ello, sabemos casi instintivamente cuándo una película es española y cuando no. Englobando las grandes y pequeñas producciones, las del cine que se proyecta de manera regular en las salas o las del “otro cine”, las que buscan a un tipo mayoritario de espectadores o a los de un sector alternativo. Aunque, en último término, sea la personalidad del cineasta la que a menudo acabe dominando, hasta cuando no trabaja en su país de origen, y, por ejemplo, podamos referirnos metafóricamente a las “películas españolas” que Buñuel hizo en México o en Francia. Otro criterio opuesto sería la inserción continuada de ese cineasta en la industria que lo ha recibido, caso de los emigrados a Hollywood antes mencionados o de quienes han encontrado tradicionalmente en Francia su “tierra de acogida”.

"Viridiana", de Luis Buñuel

Nadie duda de que, por citar unos casos entre mil, Viridiana sea una película española, por más que esté coproducida con México y protagonizada por Silvia Pinal; o de que El verdugo también lo sea, aunque cuente con coproducción italiana y Nino Manfredi; o de que, por poner un ejemplo más reciente, fuese adecuado que Truman (coproducida con Argentina y con Ricardo Darín en el papel principal) lograra el pasado año cinco Goyas, entre ellos el de Mejor Película española. Sabemos a la perfección cuándo tenemos ante nuestros ojos un film de nuestro país: lo dicen sus imágenes, lo transmite su elenco, lo denotan sus escenarios y sus profesionales. Podemos tener dudas cuando una determinada película se empeña en seguir los parámetros del cine foráneo, imitando sus fórmulas narrativas y su lenguaje audiovisual. Pero hay algo, hay mucho, que en las obras verdaderamente españolas reconocemos y en lo que nos reconocemos. En último término, es una “respiración” en común, un vínculo entre lo que vemos en la pantalla y quienes lo contemplamos lo que realmente nos decide a pensar que aquello es un film español. Ya sea bueno, malo o regular, no importa en este terreno que comentamos. Quizá incluso lo tienen más claro en el exterior, donde, salvo ante productos de imitación genérica, se suele reconocer cuándo una película pertenece a nuestro cine.

"Truman", de Cesc Gay

A su manera, el Festival de Málaga aporta elementos de polémica a esta cuestión. Después de estar diecinueve años dedicado monográficamente al “cine español”, inicia su tercera década inclinándose por la fórmula de “cine en español”, ampliando un marco que ya le resultaba insuficiente. Es decir, Málaga subraya que no existe más frontera que la del idioma, esa “casa del ser” a la que se refirió Heidegger. Viene a señalarnos el certamen que, de hecho, se han borrado los límites nacionales, las barreras históricas y políticas, para decantarse por un principio cultural como el de la lengua común de cerca de quinientos millones de personas. Aunque se exprese en tantas variedades como países, sobre todo dentro del habla coloquial, tan distinta en unos y otros lugares.

Con ello, Málaga se une a lo que, desde 1998, viene desarrollando el Programa Ibermedia en busca de un espacio iberoamericano común, ampliándolo a Portugal y Brasil. Desde sus inicios, Ibermedia ha apoyado a más de setecientas coproducciones, en las que ha invertido unos cien millones de dólares, cifras que demuestran suficientemente la importancia y alcance de su gestión, sin duda decisiva para ese enfoque global que el festival malagueño emprende ahora.


Directores que trabajan a uno y otro lado del océano, actrices y actores que interpretan aquí y allá, técnicos que demuestran su valía donde van, quizá en el futuro no habrá, efectivamente, que hablar de “cine español”, sino de “cine en español”. Mientras que tantos de nuestros jóvenes profesionales que se han ido a Los Ángeles, a Nueva York o Londres se integran en una industria de raíz y habla anglosajona para hacer no “cine americano” o “cine británico”, sino “cine en inglés”. Ya lo decía Unamuno, de manera un tanto altisonante: “La sangre del espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo”.

Es toda una perspectiva de futuro, pero en tanto llega y veamos si se consolida, sigamos apostando por lo que –al menos para entendernos– conocemos y llamamos “cine español”, defendiendo y promoviendo que se haga y se cuide de manera idónea como instrumento, expresión y patrimonio de una concreta e histórica cultura. Aunque el término se difumine progresivamente en el horizonte a medida que la realidad vaya modificándose sin cesar, año tras año…

(Publicado en el suplemento especial nº 13 dedicado al Festival de Málaga por la revista especializada "Caimán. Cuadernos de Cine" el mes de marzo de 2017).