Texto de presentación del cuarto tomo de la colección "75 años de estrenos de cine en Madrid", de Juan José Daza del Castillo, donde se abarca el periodo 1964-1968. Esta presentación, que tuvo lugar en el Hotel Ritz, de Madrid, el 1 de junio de 2017, se iniciaba con unas palabras de agradecimiento al autor del libro y a los asistentes al acto, para seguir con los siguientes párrafos:
Dicen los neurólogos que la memoria se sitúa en unas pequeñas
terminaciones nerviosas del cerebro, que se activan cuando una determinada
situación, palabra o hecho llega hasta nosotros. No supone, por tanto, que
continuamente estemos recordando con mayor o menor intensidad, sino que tiene
que darse algún factor externo o interno que genere esos recuerdos. Hasta que,
poco a poco, se conforma una Memoria global, que puede ser individual o
colectiva en función de aquella circunstancia que la haya puesto en acción.
Pues bien, el libro que hoy me complazco en presentar posee todos
los atributos para que nuestra memoria se active continuamente. En cada ficha
de película estrenada en Madrid, con los datos de su director, sus intérpretes,
su duración, el cine que la exhibió, su distribuidora, los días que permaneció
en cartel e incluso algo tan “antiguo” como la calificación moral que recibió
(aspectos que Juan José Daza incluye puntualmente título a título), sentimos
restallar un fogonazo de memoria. Revivimos aquella sala ante la que tuvimos
que hacer una espera tan larga, aquellas carteleras que nos impresionaban,
aquella película con la que disfrutamos, aquella compañía que nos hizo feliz,
si es que no fuimos solos, que también tenía su encanto... La incomparable
liturgia de la sala oscura, el silencio compartido (todavía no había llegado,
afortunadamente, la era de las palomitas), el respirar en común la película,
sentir las emociones que se desprendían de la pantalla, los apasionados comentarios
a la salida del cine…
Una experiencia impagable (aunque costara, poco, la entrada),
que el libro de Daza nos hace recuperar. Parece mentira que una sucesión de
fichas posea esta capacidad de evocación para quienes fuimos espectadores
continuos en esos cinco años que en sus páginas quedan recogidos. Lo que cabría
considerar como un conjunto de datos fríos se convierte así en una rememoración
en toda regla. Y quien más quien menos reproducirá en su memoria lo que aquellas
sesiones de cine significaron, aunque los más jóvenes nos miren como “bichos
prehistóricos” porque ellos no lo vivieron.
Esos años 60 fueron realmente los de la eclosión de las salas
madrileñas, y las de España entera. Sobre todo, las que albergaban enormes
pantallas destinadas al Cinerama, el Todd-Ao o los 70 milímetros. Títulos como
“La conquista del Oeste”, “Cleopatra” o “Lawrence de Arabia” se perpetuaban de
una manera que hoy, sujetos a una exhibición intensiva en multisalas, resulta casi
inimaginable. La crisis del cine derivada de la extensión masiva de la
televisión había llevado a Hollywood a competir con ella merced al tamaño de la
pantalla y a la especial calidad de la imagen y el sonido. Era la forma de
“sacar” al público de sus casas, prometiéndoles una forma de espectáculo al que
no podrían asistir desde sus sofás. Una estrategia que impidió que la
televisión arrasara con todo.
Pero también, en un contexto español, la década de los 60
supone la llegada de las “Salas Especiales” y “de Arte y Ensayo”, donde la mano
represora de la censura franquista se abría ligeramente para dejarnos ver lo
que en otros países se contemplaba sin ningún problema. Jóvenes universitarios
y profesionales inquietos alternaban en ellas con muchachas “de calcetines
blancos” que, antes incluso del dominio de las minifaldas, respiraban sus
primeras bocanadas de libertad. Allí, de aquellas salas, surgieron muchas
parejas que se fueron conociendo a base de Polanski, Resnais, Buñuel o Fellini;
que encontraron interlocutores que teorizaban sobre las tendencias más significativas
del cine europeo; que su unían en sus críticas al Régimen; que tuvieron hijos
concebidos a 24 imágenes por segundo.
Pero también este cuarto volumen de Juan José Daza significa
un retrato de la ciudad de Madrid. La “polis” griega, la “civitas” romana, se
basaba en una experiencia común de convivencia, de ciudadanía, de compartir
cosas dentro de la comunidad. Y en pocos lugares cabía hacerlo de la manera en
que se producía en las salas, que, además, conformaban una auténtica geografía
de la ciudad. El mapa de Madrid podía seguirse a través de sus cines, con
concentraciones tan intensas como las de la Gran Vía o la calle Fuencarral en
zonas burguesas, o Bravo Murillo, General Ricardos y los Paseos de Delicias y
Extremadura en sectores populares. Muy raro era el barrio madrileño donde no
hubiera diversas salas, aunque fueran de primer, segundo o hasta tercer
reestreno, con copias que iban rayándose y deteriorándose sucesivamente a
medida que pasaban una y otra vez por los proyectores. También ahí se daba una
clara diferencia de clases: entre las copias impolutas de la Gran Vía y las
plagadas de rayas y saltos de imagen que llegaban a las salas de tercer orden,
había un mundo que reflejaba profundamente las desigualdades de una sociedad
que empezaba entonces a conocer el desarrollismo.
Sin embargo, todo conformaba una misma ciudad, la de los
potentados y los desheredados, las de los biempensantes y los progresistas, la
de los ricos y los pobres. Todo era Madrid, un Madrid que en buena parte ya no
existe, como han dejado de existir la mayoría de las salas que Daza reseña.
Producto de los tiempos y de un modelo de consumo entonces impensable, otras
salas han nacido en el extrarradio de la ciudad, igual que en la mayoría de las
capitales europeas. ¿Mejor o peor? No seamos apocalípticos y pensemos que el
cine, en el centro de Madrid o en la periferia, siempre ha estado vivo.
Estas y parecidas reflexiones me han surgido repasando con
detalle las páginas del cuarto volumen de “75 años de estrenos de cine en Madrid”. Otras
diferentes se les plantearán a ustedes, porque el territorio de la memoria es
fértil, enriquecedor y muy personal. Solo cabe desear que Juan José Daza
continúe con esta iniciativa única, que él ha emprendido con voluntad férrea y
a la que todavía le quedan numerosos tomos con los que documentarnos, conocer
más sobre el cine y sobre Madrid y, sobre todo, disfrutar tanto como él lo hace
elaborando pacientemente esta colección.