Una edición bajo el clima antiterrorista


Vigilancia policial ante el Palacio del Festival de Cannes

Está resultando rara esta edición de Cannes, debido al clima de temor que la preside. El atentado de Manchester ha venido a redundar lo que ya se estaba viviendo desde un principio: controles continuos, vigilancia extrema y una tensión que incluso hizo desalojar el Palacio del Festival ante la aparición de un bulto sospechoso. Aunque quede disimulado por los fastos del 70 Aniversario del certamen, quien más quien menos está deseando que llegue el próximo domingo y que esto termine. Niza se halla muy cerca y París ha quedado en la memoria de todos, por poner solo dos ejemplos de la propia Francia que, lamentablemente, cabe extender a otros numerosos países.

Tampoco ayuda a tan lógica preocupación por el mundo que nos rodea el que, desde el punto de vista cinematográfico, estemos viviendo un año escasamente maravilloso. La cantidad prima sobre la calidad, con una Selección Oficial que, además de la Competición, extiende sus tentáculos con proyecciones especiales, fuera de concurso y sesiones de medianoche, junto a la sección paralela Un Certain Regard y las complementarias Quincena de Realizadores y Semana de la Crítica. Un monstruo de mil cabezas, donde los criterios selectivos resultan tantas veces inescrutables, como si ante todo se hubiese querido llenar horas y horas de programación.

De hecho, cuando quedan solo tres días para completar la Sección Oficial, no ha habido lo que suele llamarse “la película del Festival”, como en ediciones anteriores sucedió con Paterson, Sueño de invierno, La vida de Adèle, AmorMelancolía, La cinta blanca o Cuatro meses, tres semanas y dos días. Por el contrario, la mayoría de los cineastas han estado por debajo de sus obras anteriores; y en ese grupo hay que incluir al Michael Haneke de Happy End –por mucho que me pese–, el Todd Haynes de Wonderstruck, el Ruben Östlund de The Square o el Yorgos Lanthimos de El asesinato del ciervo sagrado, en quienes se albergaban fuertas esperanzas.

Ha habido, por supuesto, muy buenas películas como Sin amor, del ruso Andrei Zvyagintsev (una certera descripción del marasmo ético de su país); 120 latidos por minuto, del francés Robin Campillo (centrada en las actividades reales de un grupo de enfermos de SIDA, que luchan contra las políticas gubernamentales y de los laboratorios sobre la enfermedad en los años 90), o Hacia la luz, de Naomi Kawase (dentro de su estilo poético y de potenciación de las relaciones personales y la naturaleza), en mi opinión los tres títulos más destacados hasta ahora en la Competición Oficial.

Como asimismo hemos visto films sólidos y bien narrados, caso de The Beguiled, de Sofia Coppola (“remake” muy fiel de aquella película de Don Siegel con Clint Eastwood, El seductor, de 1971); la comedia muy neoyorquina y cercana a Woody Allen The Meyerowitz Stories, de Noah Baumbach, uno de los dos casos del conflicto del Festival con Netflix que señalamos en la anterior crónica, o, dentro de un sólido clasicismo, Rodin, del ya veterano Jacques Doillon. También destaquemos L’atelier, lo más relevante de Un Certain Regard, en la que Laurent Cantet prolonga el estilo directo y comunicativo que, con La clase, le dio la Palma de Oro en 2008.

Interior de la Gran Sala Lumière en el Palais du Festival

Suficiente, pensarán ustedes, para una sola edición. Pero no para la que, a bombo y platillo, buscaba celebrar las siete décadas del certamen. Y, además de la citada 120 latidos por minuto, sorpresas pocas entre los más o menos debutantes en La Croisette, como lo es Robin Campillo. Quizá la mayor de ellas provenga de la Quincena de Realizadores, donde The Florida Project, de Sean Baker, ha logrado la unanimidad de crítica y espectadores. Porque no es precisamente novedad que un documental de Agnès Varda destaque por su sensibilidad y cercanía: así sucede en Visages Villages, realizado en colaboración con el fotógrafo JR, famoso por situar grandes imágenes de gente normal y corriente en paredes de edificios, industrias y hasta trenes.

Esperemos que de la mano de Sergei Loznitsa, François Ozon, Fatih Akin, Lynne Ramsay o, fuera de concurso, Roman Polanski, cineastas significativos que faltan por aparecer en la Sección Oficial cuando escribo las presentes líneas, nos llegue el deseado empujón de calidad. Se lo diré la próxima semana, al comentar el Palmarés de esta muy tensa y controlada 70 edición.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2017).


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